Ante el 8 de marzo

Artículo publicado en mi sección quincenal “Tarjeta Azul” de La Nueva España el 3 de marzo de 2017

El próximo miércoles celebramos el Día de la Mujer, un reconocimiento que por necesario nos recuerda lo alejados que aún estamos en la consecución de una sociedad igualitaria. Esta cita coincide además con un recrudecimiento de los casos de violencia machista, que también nos debe hacer reconsiderar los comportamientos patriarcales, que residen de un modo u otro en el fondo de tales actos. Así pues, días como estos deben continuar en nuestro calendario, aunque sólo sea como recordatorio, como una luz, que nos acompañe a lo largo de toda la vida. Por lo tanto, esta conmemoración no sólo puede ser una “celebración”, que también, sino esencialmente una reivindicación por la igualdad de género.

En el marco europeo aún hay mucho que conquistar. Pero además, no podemos retroceder. En estos momentos, el gobierno polaco no sólo se ha embarcado en una destrucción de la independencia de los poderes del Estado, sino que avanza en el recorte de los derechos de las mujeres. Normalmente, la vocación liberticida que a veces empieza atacando la igualdad de género es un síntoma de un programa global iliberal. Pero este estrechamiento de las libertades, que se produce al combatir la igualdad, lo vemos también en seno de la Unión en otros países del este. Una situación complicada a la que la Unión debe responder ateniéndonos puntualmente a nuestros valores compartidos.

Por otra parte, en el pleno del Parlamento que se celebra hoy mismo, se están produciendo tres debates importantes. En este sentido, la cámara europea ha vuelto a discutir sobre la brecha salarial entre hombres y mujeres, después de unas iniciativas del Consejo y de la Comisión. Asimismo, el parlamento también está abordando los desequilibrios de género en el Tribunal de Justicia. Sin duda, ambos debates forman parte de otro más sobre los “techos de cristal”, asunto muy trabajado por la academia de nuestra región, especialmente por Amelia Valcárcel. Por último, el parlamento también enfrentará también la reciente despenalización parcial de la violencia contra las mujeres en Rusia donde, de nuevo, vemos esa relación natural entre las visiones totalitarias y la persecución de la igualdad de género. Sirvan estos ejemplos, en los días previos al 8 de marzo para mostrar el compromiso de nuestras instituciones europeas con la libertad de la mitad de la población, es decir, de la igualdad, al fin y al cabo.

No deseo concluir esta columna sin animar a la ciudadanía a participar en los distintos actos que se celebrarán la próxima semana en Asturias en el marco del 8 de marzo. Hace apenas unas semanas, visitaba en Gijón la Casa Malva, donde las actuales responsables me expusieron sus tribulaciones y necesidades, un ejemplo del trabajo honesto ante unos casos de extrema gravedad que ninguna sociedad puede soportar. La Casa Malva se inauguró en 2007 con el compromiso de un puñado de feministas, lideradas por María José Ramos, Paz Fernández Felgueroso y el apoyo desde Moncloa de María Teresa Fernández de la Vega, con la necesaria colaboración entonces y en todo este tiempo de Begoña Fernández, María Fernández Campomanes, Carmen Sanjurjo y Almudena Cueto, todas ellas directoras del Instituto Asturiano de la Mujer. Su construcción es un éxito pero es el síntoma también de un fracaso como sociedad que debemos erradicar, un fracaso que vemos cada día con el mantenimiento de comportamientos machistas, ante los cual los hombres debemos responder directamente. Centenares de organizaciones feministas de más de 35 países de todo el mundo han convocado ya un paro internacional para el próximo 8 de marzo. De esta u otra manera, es fundamental que no sólo sean las mujeres quienes exijan sus derechos, también los hombres debemos hacerlo, porque su libertad es la nuestra, es la de todas y todos.

 

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