Un Día de Europa para la esperanza

Amanece en Bruselas. Es 9 de mayo, día de Europa. El Parlamento, al contrario de otras instituciones europeas, ha decidido no dar el día libre a sus diputados, no por no compartir el entusiasmo por la efeméride sino porque hay mucho trabajo por delante. Aún con la resaca de la victoria de Emmanuel Macron en las elecciones presidenciales francesas y con la expectativa de un resultado electoral en Alemania en septiembre que reafirme su compromiso con la construcción europea, la activación de la negociación de salida del Reino Unido es hoy más una chinita en el zapato que un gigantesco problema para la Europa política.

Si hoy da la vuelta al mundo la imagen de un mural callejero donde un obrero lima la estrella del Reino Unido de la bandera europea, la próxima imagen será la de un brillo renovado de las estrellas restantes. No quisiera que mi propensión al optimismo bien informado ignore algunos elementos preocupantes como son el aumento del apoyo electoral de la extrema derecha en Francia, Austria u Holanda, la deriva antidemocrática de la Hungría de Orban o el ultraconservadurismo imperante en Polonia. Dicho esto, tampoco debemos olvidar que Europa es un camino diario que debemos recorrer conscientes de que lo que Europa ha dejado atrás tras su integración era su peor versión, pero también que la prosperidad no está asegurada si nos instalamos en el inmovilismo. La finalización de la Unión Bancaria, la puesta en marcha de un pilar fiscal, la construcción de la Europa social y la asunción por parte de la Unión de un mayor peso en la escena internacional son retos que debemos abordar sin mayor dilación junto con la culminación de la unión política.

Buscando una perspectiva histórica, la Declaración del 9 de mayo de 1950 marcó un hito que permitió a Europa la materialización de una paz concreta, material, cotidiana y diaria. Desde el plan Schuman que integró los mercados del carbón y del acero como primer paso para instituir una “federación para Europa”, hasta la actual Unión Europea, la guerra, recurso habitual para resolver los conflictos, ha quedado efectivamente abolida entre los Estados miembros que la componen.

Hoy, este vínculo supranacional nacido con la CECA y el Tratado de Roma, se extiende a la moneda, la política comercial y de la competencia, la protección de los consumidores y el medio ambiente, las ayudas al campo y a las regiones desfavorecidas, y a una incipiente política exterior y de defensa comunes.

Además del logro de la paz civil internacional, la Unión Europea encarna un proyecto de promoción de la democracia y de los Derechos Humanos, siendo la región del mundo que más y mejor protege las libertades individuales.

También la construcción europea busca alcanzar la paz social, aunando prosperidad económica con bienestar, de modo que se corrijan las desigualdades y no se ahonden los conflictos entre las distintas clases y sectores de la sociedad. Es lo que se conoce como el modelo social europeo, elemento imprescindible para el futuro de Europa junto a la competitividad y la sostenibilidad ecológica.

La Europa de la Unión representa, por tanto, la aplicación práctica de estos tres valores fundamentales de la cultura ilustrada y universal: paz, libertad y justicia social. Pero no debemos buscar los motivos solamente en el pasado, por muy exitoso que éste haya sido, sino ser capaces de responder con sensibilidad y eficacia al desempleo, la desigualdad y el populismo teniendo bien presente que imaginar un futuro juntos es infinitamente más estimulante que hacerlo anclados en nuestras propias limitaciones y cortapisas nacionales.

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