El Halcón Maltés

Artículo publicado en mi sección quincenal “Tarjeta Azul” de La Nueva España el 5 de enero de 2017

Malta inicia el año con la responsabilidad de dirigir los trabajos del Consejo de la Unión Europea durante todo este primer semestre, dentro del sistema de presidencias rotatorias. España asumía esta labor durante la primera parte del año 2010, justo cuando la crisis fiscal griega amenazó con expandirse por toda la Unión con efectos autodestructivos sobre la propia moneda única. Este modelo de presidencias semestrales rotatorias necesita una reinvención, dado que en la actualidad apenas introduce dinamismo en el trabajo comunitario y se ha convertido ya en una rutina burocrática en la que muchas veces pequeños países, con una administración relativamente pequeña, se ve al frente de todo el aparato institucional de la Unión sin la fuerza necesaria para orientarlo.

Ciertamente, el modelo institucional de la Unión no es muy sencillo, y se complica aun cuando se explica con claridad. De algún modo, la Unión tiene una “Jefatura de Estado”, el Consejo Europeo, conformado por los Jefes de Estado o de Gobierno de cada uno de los Estados Miembros, coordinados por un Presidente, en la actualidad Donald Tusk. Esta “Jefatura del Estado” coral marca la guía del trabajo del resto de instituciones europeas. Por otra parte, la Unión, tienen una institución ejecutiva, la Comisión Europea, liderada ahora por Jean Claude Juncker, que es elegido por el Parlamento Europeo a propuesta del Consejo Europeo, al igual que en nuestro país el Presidente del gobierno es elegido por el Parlamento a propuesta del Rey. De algún modo, el poder ejecutivo está repartido entre el Consejo Europeo y la Comisión.

Por último, el sistema se completa con dos cámaras legislativas, un Parlamento elegido por sufragio directo, y el Consejo (no confundir con el Consejo Europeo), conformado por los ministros de los gobiernos de los Estados miembros, que se reúnen por carteras ministeriales. De este modo, la primera propuesta legislativa se elabora por la Comisión, a iniciativa propia o del Consejo Europeo, y el parlamento y el Consejo la discuten, enmiendan y aprueban en su caso. En aquellas materias con competencias netamente europeas, las dos cámaras aprueban su texto que luego deben negociar entre ellas. Y en aquellas áreas sin competencias plenas en la Unión, el Consejo puede tomar decisiones por unanimidad, es decir, usando cada país su propia soberanía para acordar una posición común, y el Parlamento tienen una responsabilidad, en ese caso, de consulta.

En todo caso, el Consejo no actúa sólo como una cámara legislativa sino que, podríamos decir, por delegación del Consejo Europeo, puede asumir competencias de dirección política. Pues bien, esta institución, el Consejo es quien tiene una presidencia rotatoria semestral, la que ahora le toca a Malta. Bien puede imaginar el lector que la responsabilidad de coordinar a todos los Estados Miembros no es una tarea sencilla, y aun cuando puede ser razonable que uno de ellos los dirija, por motivos de reconocimiento mutuo e igualdad entre pares, este sistema está herido ante el trabajo inmenso que ha llegado a representar.

Esto aconsejaría la creación de un secretariado permanente en el Consejo, lo que supondría, por otra parte, otorgar a la Comisión Europea de poderes políticos plenos, dado que en su día fue creada como esa especie de unidad técnica al servicio de los Estados. Y probablemente, los países no quieran dar ese paso que acabaría por conformar una unión política mucho más sólida. Aun así, más pronto que tarde, deberemos abordar esa redefinición de instituciones y competencias, tan necesaria para dotar de una coherencia global al conjunto de la Unión.

De momento, seguimos con esas presidencias rotatorias, y le deseamos a Malta mucha suerte para el semestre que empieza, marcado por el inicio de la negociaciones del Brexit, el reto migratorio y los problemas de seguridad, mientras seguimos avanzando en la unión económica y fiscal. Una camino apasionante en búsqueda de nuestro propio “halcón maltés”, guiados por la ambición, no ya de riqueza, sino por la supervivencia y fortalecimiento del “sueño europeo”.

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