El Reino Unido y Europa

Artículo publicado en mi sección quincenal de La Nueva España el 21 de enero de 2016

El año que comienza tiene una parada obligatoria en la estación londinense de St Pancras, donde finaliza el tren de alta velocidad, el Eurostar, que une a la isla británica con el continente a través del túnel bajo el Canal de la Mancha. Ese istmo artificial bajo el mar que une ambas costas europeas, una francesa y la otra inglesa, representa la búsqueda de un espacio de ciudadanía común, que ahora el referéndum que plantea David Cameron bien puede suponer su implosión.

El Partido Conservador prometió en campaña electoral, el pasado año, la negociación de un nuevo acuerdo entre el Reino Unido y la Unión, que debería someterse a referéndum a más tardar en 2017. Esta oferta fue una concesión a los sectores más nacionalistas de su electorado que parecían inclinarse hacia la extrema-derecha de UKIP. Probablemente, Cameron esperaba una mayoría parlamentaria simple que le obligara a pactar de nuevo con los liberales-demócratas, posponiendo, por lo tanto, todo este debate que divide por la mitad a su propio partido. Sin embargo, el Partido Conservador acabó venciendo por mayoría absoluta y Cameron encerrado en su propia trampa electoral.

Buscando una salida, David Cameron presentó formalmente en noviembre las peticiones del Reino Unido para ese nuevo acuerdo con la Unión. Las exigencias de Cameron son en su mayoría asumibles y apenas representan una clarificación del papel del Reino Unido que, por otra parte, se agradece después de años de boicot al avance europeísta. Así, Cameron exige que se elimine cualquier obligación para el Reino Unido de participar en una «Unión cada vez más estrecha», como establece el Tratado de Lisboa, pero a cambio se compromete a no entrometerse en los avances de los demás. Uno puede dudar, y con razón, de esta concesión británica pero, al menos, son conscientes de que no pueden paralizar la vocación de integración de los demás socios.

En el fondo, Europa camina así hacia una unión política mucho más férrea entre los países de la zona euro y un mercado compartido para todos los demás, y esta renegociación con el Reino Unido es la antesala para discutir más pronto que tarde otro Tratado más ambicioso para los países de la zona euro.

En todo caso, Cameron sí ha planteado una reclamación innegociable. El gobierno conservador británico desea bloquear los derechos sociales a los ciudadanos europeos que decidan residir en el Reino Unido durante los primeros cuatro años en su territorio. Esta limitación del derecho a la libertad de movimiento de los europeos es inaceptable, por lo que deberemos controlar muy estrechamente la evolución de la negociación.

La pasada semana el negociador principal por parte de la Unión, el británico y funcionario europeo Jonathan Faull, compareció ante el Parlamento para presentar la evolución de los debates. Ciertamente, no ofreció grandes detalles más allá de la voluntad de alcanzar un acuerdo en febrero, paso previo a la convocatoria del referéndum.

De algún modo, todas las partes esperan resolver este compromiso electoral de David Cameron rápidamente pero las espadas están en todo lo alto y nadie puede adelantar ahora el resultado final. En este sentido, David Cameron ha dado libertad a sus ministros para hacer campaña a favor o en contra de la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea bajo ese nuevo marco que se está negociando. El Partido Laborista ha defendido la continuidad de su país en la Unión, pero a nadie se les escapan las dudas de su líder Jeremy Corbyn. Más allá, UKIP exige cada día la salida de la Unión, mientras que los liberal-demócratas lideran el ranking de europeísmo.

En fin, confiemos en alcanzar un acuerdo razonable con el Reino Unido, que mantenga el tráfico de doble sentido del Eurostar y a su vez, como efecto secundario, pueda ayudar también a consolidar una zona euro con una mayor integración política.

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