Macron en el Europarlamento

Artículo publicado en La Nueva España el 20 de abril de 2018

La “democracia occidental” está asediada. El equilibrio de poderes, el respeto a las minorías, el diseño de un conjunto de principios no sujetos a mayorías electorales puntuales, la libertad individual, el derecho a la privacidad, y otros tantos valores fundamentales se encuentran en entredicho. Al otro lado del Atlántico, la Administración Trump, más allá de sus extravagantes políticas, está en el centro de una investigación por sus supuestas conspiraciones electorales. Al este, en Rusia, Putin lidera una dictadura plebiscitaria. Y al otro lado del globo, China sigue creciendo, aumentando su espacio de influencia sin ninguna transición política que no sea la permanencia del régimen autoritario. La victoria del orden liberal se ha evaporado, y Europa está sola, en mitad de la tierra, y con quintacolumnistas internos en Hungría o Polonia.

Así empezó, literal o no, el discurso de Emmanuel Macron ante el Parlamento Europeo el pasado martes. Una comparecencia que levantaba una gran expectación en Estrasburgo tras su victoria electoral en Francia blandiendo la bandera europeísta, en un país que da nombre al chovinismo, y contra la candidatura ultra-nacionalista de Marine Le Pen.

Después de esta declaración de principios, innecesaria hace tan sólo una década y ahora en el centro del debate político global, Macron pasó a defender la construcción de una nueva soberanía europea, cooperativa y complementaria de las soberanías nacionales, impotentes ya ante los nuevos retos del cambio climático, la globalización económica y financiera, la digitalización y la revolución tecnológica, o la seguridad y la paz.

Y desde aquí entró ya de lleno en los debates concretos que nos ocupan en las instituciones europeas: la regulación de los ETS, directivas sobre energías limpias o economía circular, negociaciones comerciales, revisión de Basilea IV, marco financiero tras el Brexit, reforma de la zona euro, agenda digital, protección de datos, sistema común de acogida a refugiados, etc.

Así pues, Macron elabora un discurso desde lo global a lo más concreto, conducido todo ello por una apuesta europeísta en la que muchos nos sentimos reconocidos aunque tengamos, obviamente, distintas sensibilidades ideológicas hacia donde orientar este proyecto.

Tras su intervención se abrió un debate de más de dos horas con los diputados de la cámara que, sin distinción de rango o nacionalidad, fueron confrontando, discutiendo o aportando distintas visiones a la situación de la Unión y sobre el futuro de Europa. Una comparecencia viva, dinámica, que dignifica al Parlamento como la sede de la “soberanía europea”, esa capacidad de acción colectiva en permanente construcción.

Sin embargo, más allá de las buenas palabras, queda la concreción de los hechos. La intervención en Siria del pasado fin de semana, en cooperación con Estados Unidos y el Reino Unido adoptada e impulsada fuera de los foros multilaterales y de la propia Unión, aun cuando el uso de armas químicas por parte de Bashar al-Ásad no puede pasar inadvertida, no supone el mejor inicio en ese impulso de la “soberanía europea”. Por otra parte, la directiva de conciliación de la vida laboral y personal se encuentra bloqueada ante la negativa del gobierno francés en el seno del Consejo. Y, por último, el debate sobre la reforma del euro sigue sobre la mesa y, aun cuando la negociación franco-germana resulta clave, el futuro no se agota en esos dos países, y ahí también se juega esa “soberanía europea”.

En fin, Macron mantiene ese espíritu kennediano, reformista y cosmopolita, y todos los europeístas nos congratulamos de tener en el Eliseo un socio potencial, aun a pesar de las diferencias en muchas políticas concretas. La cuestión es que el tiempo pasa y necesitamos avanzar. ¡Veremos!

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