Repaso a la tragedia griega

Artículo publicado el 8 de julio de 2015 en » La Nueva España»

Aterrizamos en Estrasburgo para celebrar el último pleno de este curso académico con el resultado del referéndum griego sobre la mesa. Esta semana comparecerán frente al parlamento el presidente de nuestro poder ejecutivo, la Comisión, Jean-Claude Juncker, y el presidente, del Consejo Europeo, el polaco Donald Tusk. Estos debates coinciden en el tiempo con la cita bilateral en Paris de Hollande y Merkel y la reunión extraordinaria del propio Consejo. Por otra parte, el BCE continúa estudiando la situación mientras ofrece liquidez a los bancos griegos bajo una interpretación más bien laxa de su estatuto. Ciertamente, la situación se ha deteriorado profundamente desde la convocatoria del referéndum el viernes 26 de junio y el resultado de la consulta mantiene todos los interrogantes sin cerrar.

Como bien sabe el lector, Tsipras decidió preguntar a los griegos si aceptaban la oferta de los socios europeos del jueves 25 de junio para extender el segundo rescate hasta final de año, paso previo a negociar un tercer paquete. De algún modo, Europa y Grecia volvían al punto en el que estuvieron en enero cuando se negoció también una prórroga del segundo rescate hasta finales de junio con una revisión de la condicionalidad, centrada entonces en impuestos y en dar vía libre el plan humanitario de Syriza. El acuerdo de febrero debería haber permitido estrechar la confianza de las partes para abordar en estos momentos un tercer rescate que introdujera una revisión de los objetivos de superávit primario y una reestructuración de la deuda. Sin embargo, en esos cuatro meses nadie hizo nada y ante el fin del segundo rescate, las partes aceptaron negociar otra prórroga, ahora hasta final de año, con el mismo propósito de aliviar la situación griega y construir una interlocución honesta que permitiera en diciembre acordar lo que se esperaba pactar ahora, ese tercer paquete. Y es en el marco de esas negociaciones cuando Tsipras decide convocar un referéndum sobre la oferta del 25 de junio, y aquí empieza una sucesión de acontecimientos cuyo resultado final aún desconocemos.

Tras la convocatoria, los socios revisaron sus posiciones acordando una propuesta final el 28 de junio. Esa oferta incorporaba en gran medida las cuestiones, sobre la oferta del 25 de junio, que Syriza no aceptaba. En ese momento, Syriza desestimó la oferta, manteniendo un referéndum sobre una propuesta, la del 25, que ya no estaba sobre la mesa. Sin embargo, para sorpresa de todos, al día siguiente, el martes 30 de junio, Tsipras respondía a la oferta del 28 con una nueva propuesta: acordar directamente un tercer rescate con una quita sobre la deuda incluida, dado que la extensión del segundo programa acordado en febrero expiraba esa misma noche, de modo que todas las ofertas previas de prolongación del rescate previo carecían de sentido. Sin embargo, los cuatro meses de inacción tras el acuerdo de febrero y la convocatoria del referéndum de modo unilateral y en medio de las negociaciones no auguraban que los socios fueran aceptar ese tercer rescate, que habían retrasado tras el acuerdo de febrero a este verano, esperando que en ese periodo se hubiera producido una mejora de la confianza entre las partes. Así pues, esa propuesta no tuvo respuesta formal, el segundo rescate expiró horas después y Grecia no pudo hacer frente a un vencimiento de una deuda con el FMI.

El impago al FMI abre a su vez nuevas incertidumbres que cuestionan la línea de liquidez que el BCE mantiene con Grecia. El organismo multilateral dispone de un mes para calificar de modo oficial a un país como «moroso». De este modo, aun cuando Grecia no ha honrado su deuda, todavía «disfruta» de un plazo en el que su nueva condición como deudor no está reconocida oficialmente. Este retraso burocrático en las calificaciones oficiales de los deudores está siendo vital para su banca.

Hasta la convocatoria del referéndum, durante el proceso de negociación, el BCE venía prestando liquidez a los bancos griegos sin límite alguno, aun cuando la salida de depósitos crecía exponencialmente. Los ahorradores retiraban el dinero de los bancos ante la incertidumbre de la negociación y los bancos mantenían su solvencia con liquidez del BCE. Sin embargo, tras la convocatoria del referéndum y la petición por parte del gobierno del voto en contra, el BCE decidió mantener esa provisión de liquidez a la banca pero a los niveles del viernes previo. Es decir, el BCE se negó a seguir incrementando ilimitadamente el riesgo que afrontaba ofreciendo liquidez con una garantía de una deuda pública griega que no sabía si se iba a poder honrar en ausencia de rescate alguno. Esa limitación de la oferta de liquidez disponible y la salida masiva aún más intensa de depósitos obligó a imponer un control de capitales, el «corralito», para evitar la quiebra generalizada de los bancos griegos. Un «corralito» que estará en Grecia, al menos, hasta que se despeje la situación.

Volvamos en todo caso a Tsipras. El mismo 30 de junio, el primer ministro griego aceptó formalmente a través de una carta adicional la oferta de los socios del 28 de junio, en la que introdujo ligeros retoques. Nótese que en ese día, Tsipras remitió a sus socios dos cartas: una para pedir un tercer rescate y la siguiente para aceptar la oferta de extensión del segundo. En un primer momento, esa aceptación abría la puerta a retomar las negociaciones y someter a referéndum un acuerdo cerrado en el que el gobierno de Syriza pidiera el «sí», aun cuando treinta diputados de ese partido, liderados por el ministro de Energía, habían adelantado que no aceptarían «ningún programa». (Probablemente, la presión de este grupo de diputados y la falta de liderazgo de Tsipras ha tenido mucho que ver con toda la sucesión de hechos en estos días). Sin embargo, en esa ocasión, los socios europeos no aceptaron esa oferta, en la medida que el 1 de julio ya no se podía negociar la extensión del segundo rescate y sólo se podría acordar, ahora sí, un tercer programa, pero no parece que con la misma orientación que la deseada por Tsipras en el día previo.

En ese momento, los socios europeos se encomendaron directamente al referéndum y cualquier reapertura de las negociaciones debería ser posterior a la consulta, toda vez que BCE bordeaba sus propias reglas manteniendo la liquidez a un país moroso. Sin duda, ese día fue clave porque si la desconfianza no hubiera llegado al nivel que alcanzó (y que no ha hecho más que empeorar desde entonces), probablemente se hubiera podido cerrar un acuerdo, aun cuando una extensión no era posible formalmente al haber expirado el programa el día previo. En todo caso, en ese momento los interlocutores de la negociación ya no mostraban confianza alguna los unos en los otros.

Fue en ese momento cuando el FMI, a través de un informe, defendió la necesidad de una reestructuración de la deuda griega. Esta máxima ya nadie la discute desde el punto de vista económico, pero existe un problema político de fondo que no se ha resuelto en estas semanas: los acreedores parecen estar dispuestos a negociar una quita pero no antes de testar la voluntad reformista del gobierno griego. De este modo, no se trata de una cuestión económica sino fundamentalmente política.

Con todo, el sábado pasó y el referéndum del domingo ofreció un resultado nítido: más del sesenta por ciento de los griegos no aceptaron la oferta de los socios del 25 de julio. La pregunta estaba planteada de tal manera que daba lo mismo que tal oferta hubiera expirado, que no fuese posible una extensión y que sólo se barajara en ese momento un tercer rescate. En fin, el pueblo griego apoyó directamente a Tsipras, con independencia de los tecnicismos de la negociación. Pues bien, el referéndum ha pasado y la situación no parece despejada.

En estos momentos, Grecia está sin programa vigente, esperando la calificación formal de «moroso» por parte del FMI y con un problema relevante a corto plazo: el próximo 20 de julio vencen 3.500 millones de euros en bonos griegos en la cartera del BCE. Por otra parte, los socios europeos comienzan a anunciar reuniones futuras para acordar la hoja de ruta, aunque con escaso convencimiento de llegar a acuerdo alguno en Alemania y con más de convicción en Francia o Italia. En todo caso, si el 20 de julio no hay acuerdo, el BCE no podrá seguir manteniendo la financiación a los bancos griegos y no tendrá más remedio que bloquearla, lo que exigirá de inmediato una emisión de una moneda adicional por parte de Grecia.

De este modo, el debate está ahora en saber si habrá tiempo o no para alcanzar un acuerdo antes de esa fecha, con la confianza absolutamente rota entre las partes y con una posición complicada de Tsipras ante un mandato claro de su pueblo, que le impide ceder en algunas de sus posiciones más insostenibles ante una negociación. Y por otra parte, Alemania o Finlandia deben aprobar ese tercer rescate en sus parlamentos nacionales, donde las mayorías parecen complicadas. Grecia podrá exponer el mandato de su pueblo, pero otros países podrán hacer lo mismo y la situación puede acabar bloqueada, con el país heleno emitiendo una moneda adicional, lo que exigirá nuevos recortes aún más draconianos que los sufridos en el pasado.

Por todo ello, estas semanas no no pueden ser más tristes. Los que aspiran a destruir a Europa disfrutan, sin embargo, del resultado. Marine Le Pen o Nigel Farage celebraron el referéndum que eleva la probabilidad de una ruptura de la zona euro. Por otra parte, la derecha democrática europea está satisfecha también, en la medida que desea parar ya los rescates y las ayudas a los países del sur. Además, interpreta las ligeras caídas de las bolsas tras el referéndum, como la mejor prueba de que una salida de Grecia de la zona euro no tendría inconveniente alguno. Y, por último, una parte de la izquierda parece alegrarse ante la supuesta lección democrática del pueblo heleno, pasando por alto los cambios de política económica del último año y la revisión de la condicionalidad de las extensiones pactadas y ofrecidas a Grecia, centradas ahora en construir un sistema fiscal y en un programa de inversión, frente a los recortes universales del pasado, gracias al mayor peso relativo de los socialistas en esta legislatura.

Y es aquí donde nos hallamos, en el seno de una izquierda que «sólo puede ser europeísta a fuer de socialista», rememorando a Indalecio Prieto, que necesita articular una respuesta. Se inicia, pues, un periodo de menos de quince días donde no habrá tiempo para descansar en pos de un nuevo acuerdo que salvaguarde la unidad de la eurozona y de una Europa donde se deje de enfrentar a unos pueblos contra otros. En mi opinión, la legislatura europea previa marcada por esa mayoría conservadora aplastante que impuso a sangre y fuego recortes sociales a diestro y siniestro, y que azuzó a sus opiniones públicas nacionales en sus propios países contra los «holgazanes del sur» ha roto la posibilidad de tener debate racional. Y creo también que otra parte de los países deudores se han desentendido del propio proyecto europeo, soñando con arcadias nacionales pretéritas que les acercan, por otra parte, a ese discurso nacionalista que está destruyendo Europa. Y todo ello, en un momento en que las cosas comienzan a cambiar en Europa bajo otra política económica, que está permitiendo una vuelta a las tasas de crecimiento positivas, abriendo nuevas oportunidades para que los gobiernos nacionales reactiven sus políticas de cohesión social.

Por mi parte, no puedo cejar en la lucha por construir Europa, que no es otra batalla que la de la poner en planta un poder político que pueda ordenar los mercados globalizados y establecer sistemas de redistribución de rentas, como lo hicimos los socialistas, ambas cosas, en nuestros propios países en el siglo XX. Esta debe ser la misión de mi generación, frente a cualquier desmayo aunque las pesadillas de Stefan Zweig en «El mundo de ayer» nos quiten el sueño ante sucesos como los vividos en las últimas semanas, y por ello tenemos que buscar esas «palabras nuevas para la nueva historia, y es preciso encontrarlas antes de que sea tarde», como diría Ángel González.

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