Víctimas de la explotación y la miseria

Artículo publicado en la revista «Palabras llenas» que publica la Agrupación Socialista de Mieres

Hablemos con franqueza. El acuerdo que permite devolver a Turquía inmigrantes que acuden a nosotros buscando refugio es una vergüenza para Europa. No es sólo probablemente ilegal. Es, ante todo, profundamente inmoral. Europa puede y debe acoger a los ciudadanos sirios que huyen de la guerra que asola su país. No hay disculpa. Se trata de una injusticia que como socialistas nos llega al corazón y que afecta al valor que sabemos mejor cimenta nuestra Unión: la solidaridad.

 ¿Qué está pasando en Europa? ¿Por qué una tierra tan rica es insensible a tanto sufrimiento? ¿Cabe alguna solución? Estas son las preguntas que se hacen los ciudadanos europeos. El hecho de que las hagan debe movernos a la esperanza. Buscan soluciones. No solo las buscan. Se las exigen a un proyecto político, la Unión Europea, en el que tienen, tenemos, puestas nuestras mejores esperanzas.

El pasado septiembre visité la frontera entre Serbia y Hungría. Los refugiados acudían a ella a millares buscando amparo. Lo que vi solo puede calificarse como dantesco. Hacía meses la Comisión Europea, nuestro gobierno comunitario, había propuesto un sistema de acogida. La iniciativa fue apoyada de manera entusiasta por el Parlamento del que formó parte. Era un primer paso hacia una salida común a una dificultad común. Los Estados, atrincherados en el Consejo Europeo, lo rechazaron de plano. Tuvimos que esperar meses para que ese mismo Consejo, ante el horror por la muerte del pequeño Aylan, aceptase finalmente un sistema de reparto. Sistema que, por el momento, sigue bloqueado por la resistencia de esos mismos Estados, responsables de llevarlo a la práctica.

La de los refugiados no es la única emergencia de Europa. Durante estos años hemos asistido a otras muchas, desde la tormentosa Gran Recesión a la lucha contra los paraísos fiscales, pasando por despiadados ataques terroristas. Situaciones en apariencia inconexas pero que podemos reconducir a un mínimo común denominador: su escala global como consecuencia de la mundialización.

Nuestros principales instrumentos políticos, los Estados, creados en y para un mundo con una escala distinta, están desbordados. Sus carencias se multiplican cuando los problemas arrecian convirtiéndose en crisis. Pese a esa impotencia, los Estados siguen guardando celosamente en la arqueta de la soberanía nacional las competencias que permitirían actuar,  resistiéndose al único modo en que tienen para  ejercerlas efectivamente: hacerlo en común a través de la Unión Europea. El problema actual de Europa consiste en que tiene en gran parte una estructura política del siglo XIX para afrontar los problemas del siglo XXI.

Los europeos hemos hecho enormes progresos. Hemos sido capaces de sustituir nuestras constantes rivalidades por un proyecto político común. Ha costado mucho sufrimiento.  Ya en el siglo XX dos guerras devastadoras que nos llevaron al borde del abismo. Como ciudadanos no debemos abrir una causa general a Europa. Sería injusto. Injusto y, sobre todo, poco inteligente. Solo la Unión tiene la dimensión ajustada a la nueva escala de la globalización. Ello no impide que exijamos reformas que limiten el egoísmo nacional, consiguiendo soluciones eficaces. Para los socialistas en un tema clave.

¿Sinceramente alguien piensa que el mundo por el que luchamos, con un crecimiento inclusivo, igualdad real entre mujeres y hombres,  justicia social,  redistribución de riqueza,  igualdad de oportunidades y lucha contra el cambio climático puede lograrse exclusivamente (siquiera principalmente) a través de los Estados?

Qué decir respecto a España. Solo un dato: de los 16.000 refugiados que nuestro país se comprometió a acoger hemos recibido a 18. Una parálisis culpable que dilapida la solidaridad ciudadana que prendió ante la llegada de los migrantes y que hubiera sido un impulso importante para afrontar una integración que, no nos engañemos, tendrá sus lógicas dificultades.

La siempre interesante lectura de El Socialista nos muestra que, desde su primer número, muchos de sus artículos describen las duras condiciones laborales de los obreros. Caídas, amputaciones, lesiones por la utilización de máquinas, muertos en las minas o en los ferrocarriles. Pablo Iglesias redactaba personalmente estos artículos. Todos los encabezaba el mismo título: víctimas de la explotación y la miseria. Ojalá que, como socialistas del siglo XXI, no olvidemos nunca que cada una de estas víctimas de la explotación y la miseria que son los refugiados importa.

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