29 Nov Un futuro para el socialismo
Artículo publicado en el diario «El País» el 29 de noviembre de 2016
El PSOE está atravesando una situación compleja, que va más allá de la pasada sesión de investidura. El PSOE ha perdido apoyo electoral en casi todas las elecciones celebradas desde 2008, y esto se une a una debilidad estructural de los socialistas europeos. No faltan los agoreros que anuncian, una vez más, el fin de la socialdemocracia. Sin embargo, no ha habido un contexto histórico donde las ideas socialistas sean más necesarias, para ordenar el mercado (la globalización) y reconstruir los sistemas de intervención y redistribución. Para ello, el PSOE debe recuperar la unidad interna, impulsar un renovado proyecto y reformar su modelo de organización para canalizar los deseos de cambio. Un esfuerzo para revitalizar la ambición de una España con liderazgo en el mundo, donde veamos a los mejores en los puestos de responsabilidad.
Estamos viviendo cambios globales que marcarán el futuro de generaciones, como el desplazamiento de poder geopolítico al Pacífico, la vuelta de los nacionalismos y los populismos plebiscitarios (llámese Brexit o Trump), los problemas de seguridad, el cambio climático, la revolución digital o el envejecimiento demográfico. Ignorando estos cambios, España ha caído en una espiral de introspección inoperante, dilapidando nuestro peso internacional, y avivando las tensiones centrífugas ante la ausencia de un proyecto de país. El PSOE debe liderar estos debates con convicción y firmeza regeneracionista, sin atavismos ni complejos, ante una derecha más conservadora que nunca y una “nueva política” que gasta sus energías en copar los titulares del día siguiente.
Esta reflexión de fondo exige actualizar los campos de actuación y las palancas institucionales para cumplir con nuestros ideales centenarios. Probablemente, lo más urgente es reconocer que no hay socialismo sin una Europa federal. La diferencia más nítida entre las dos corrientes de pensamiento no conservadoras, el liberalismo y la socialdemocracia, es que los socialistas no nos limitamos a garantizar la igualdad de oportunidades, sino que queremos preservar un elevado nivel de equidad. El problema es que, en la actualidad, los Estados no tienen capacidad para establecer sistemas fiscales justos ante la fácil elusión de las grandes compañías. Hemos perdido de facto nuestra soberanía fiscal, pero también la normativa frente a compañías globales. La vocación redistributiva de la socialdemocracia, el núcleo central de nuestro ideario, no es viable si se limita al ámbito nacional. Esta visión no se restringe a la política fiscal, sino a casi todos los retos del presente. Debemos empezar por reconocer que nuestro proyecto, como nuestro futuro, nunca más será exclusivamente nacional y, por ello, hay que situar el proyecto europeo en el centro de nuestro programa.
Nuestro modelo social no ha hecho más que erosionarse en los últimos años, no sólo por la mayoría del PP, sino porque su supervivencia está amenazada si se mantiene en su dimensión nacional. El socialismo debe abandonar una posición de resistencia para liderar de nuevo una estrategia que viabilice nuestro modelo. A principios del siglo XX pocos creían que se podían construir políticas sociales desde el Estado, redimensionando y fortalecimiento las políticas sociales, pasando de la mera asistencia local a verdaderas políticas de igualdad. Sin embargo, ese programa se hizo real. Ahora, debemos hacer lo mismo a escala europea. Y no hay razones objetivas para que esto no sea posible.
Para acometer esta empresa debemos actualizar nuestro modelo de partido, nuestro modo de relacionarnos con la sociedad. No me refiero sólo a las elecciones primarias, sino a un cambio radical en nuestra manera de organizarnos, modificando los sistemas y criterios de selección de los órganos ejecutivos y de representación. Ciertamente, actualizar nuestra estructura no es sencillo. Pasar de un modelo vertical y jerarquizado, “analógico”, a una estructura en red para unos ciudadanos “digitales” no es fácil. Pero reformar el funcionamiento interno es indispensable para atraer al talento de la generación mejor formada de nuestra historia. Por aquí pasa la reforma pendiente: preocuparse menos de lo orgánico para ocuparse en ofrecer de nuevo al PSOE como un instrumento de cambio al servicio de la mayoría progresista.
Sin duda, los últimos meses no han sido sencillos en el PSOE, pero lo verdaderamente importante es la reflexión que empieza ahora para reconstruir un partido útil a la sociedad y para recuperar una mayoría social desde la que impulsar una agenda de reformas, de cambio real y progresista. Decía Indalecio Prieto en los años treinta que los socialistas teníamos pendiente una magna tarea, la de “conquistar a los españoles”. Un reto parecido nos aguarda ahora, su reconquista.
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