19 Ene El futuro de la eurozona
Artículo publicado en Agenda Pública el 19 de Enero de 2018
La Comisión Europea ha publicado en diciembre su agenda para completer el diseño institucional de la zona euro. La ausencia de instrumentos de política fiscal comunes, dejó el impulso presupuestario anti-cíclico pactado en el G20 en manos de los Estados miembros y ello nos condujo a una crisis de balanza de pagos en cuanto los mercados comenzaron a dudar de la sostenibilidad de algunas emisiones de deuda pública denominadas en euros, obligando a los países deficitarios a programas de estabilización y políticas fiscales pro-cíclicas. La propuesta de la Comisión va en la buena dirección para evitar situaciones similares pero los textos legislativos concretos que se detallan en la comunicación se sitúan todavía lejos de lo imprescindible.
En primer lugar, la Comisión propone transformar el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), creado por un acuerdo intergubernamental entre los Estados del euro, en un Fondo Monetario Europeo (FME), incorporándolo así al acervo comunitario con rendición de cuentas ante el Parlamento Europeo. Ciertamente, el nuevo nombre explica bastante bien su cometido por analogía con el Fondo Monetario Internacional. Este Fondo podrá prestar financiación a los Estados miembros con mayor agilidad que el actual MEDE, al pasar el criterio de concesión de créditos de la unanimidad a una mayoría cualificada. Esos préstamos seguirían llevando aparejados una estricta condicionalidad, dirigida a asegurar su devolución. No se aleja, pues, de la filosofía de la institución ideada por Keynes para un entorno de tipos de cambio cuasi-fijos, aunque recordemos que en Bretton Woods se supervisaba también la evolución de las balanzas pagos, que podría incluso conducir a fijar aranceles a la exportación para estabilizar las cuentas corrientes.
Además, el nuevo FME actuará como respaldo de último recurso, mediante línea de crédito, del insuficientemente dotado Fondo Único de Resolución. Sin embargo, la Comisión no explicita ese apoyo para el futuro Fondo Europeo del Seguro de Depósitos. Ese “olvido” puede explicarse porque el reglamento para la creación del seguro de depósitos común aún se encuentra en trámite legislativo, pero no resulta acertado que el texto legal que se propone no haga referencia alguna a esa posibilidad, indispensable para dotar de coherencia a toda la unión bancaria.
En segundo lugar, la Comisión propone también introducir en el cuerpo legal de la Unión el Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza, igualmente de naturaleza intergubernamental, para controlar aún más los presupuestos nacionales. Los socialistas no nos encontramos cómodos con ese conjunto de normas. Ahora bien, si no se pueden derogar, su paso al acervo comunitario permitiría una revisión legislativa así como la “constitucionalización” adicional de las vías de flexibilidad de Pacto de Estabilidad y Crecimiento, que ha aplicado la Comisión en esta legislatura. Todo esto habilita el control directo en su aplicación por parte del Parlamento Europeo, institución que ya logró un notable éxito impidiendo el bloqueo de los fondos estructurales o la imposición de multas por los desfases presupuestarios en 2015 en Portugal y España.
En tercer lugar, la Comisión plantea la creación de un presupuesto de la zona euro, independiente del presupuesto del conjunto de la Unión. Esta herramienta tendría tres objetivos: co-financiar reformas que consoliden el mercado interior con costes a corto plazo, facilitar la entrada de otros países en la eurozona, y estabilizar la unión ante futuras crisis de manera directa al estilo de los estabilizadores automáticos. Los dos primeros propósitos están bien clarificados en la propuesta, pero el tercero, y más importante, se presenta de una manera abierta.
La Comisión alude a tres instrumentos para ese estabilizador automático: seguro de desempleo, rainy day fund o un fondo para preservar el nivel de inversión pública, el cual se alimentaría de contribuciones periódicas provenientes del presupuesto comunitario y/o de los Estados miembros. Se inclina, en todo caso, por este último mecanismo, el cual podría construirse a partir del actual plan Juncker. Sin embargo, no se presenta en este sentido texto legislativo alguno y habrá que esperar a otra futura propuesta para mayo de 2018. Probablemente, este sea el mayor vacío de la comunicación dado que la eurozona necesita de un instrumento presupuestario para apoyar a uno u otro país de la zona euro de manera automática, sin préstamos por medio, que pudiera diseñarse en cualquier caso sin generar transferencias permanentes.
Por último, la Comisión espera que en la próxima legislatura, el comisario de la zona euro sea también presidente del Eurogrupo, tras el mandado del recién elegido Centeno. Ese super-comisario estaría al frente del FME, del presupuesto de la zona euro y de la coordinación presupuestaria de los Estados miembros, asumiendo la responsabilidad global de la política económica consolidada de la zona euro con rendición de cuentas ante el Parlamento Europeo. Una buena propuesta pero pendiente del deseo de los miembros del Eurogrupo.
La Comisión plantea, pues, una hoja de ruta en la buena dirección pero, de nuevo, lejos de lo necesario. El futuro FME junto con el marco renovado para las políticas fiscales nacionales mantiene a la eurozona en un modelo demasiado similar a los sistemas de tipo de cambio fijo que, en ese caso, exigiría un marco de gestión de las balanzas de pagos. Pero si el objetivo es construir una genuina unión monetaria, la ausencia de un compromiso más nítido con la creación de estabilizadores automáticos y la ampliación de la actividad del FME, como respaldo de último recurso del conjunto de la unión bancaria, incluyendo directamente al seguro de depósitos, nos dejan demasiado alejados de tal propósito.
En todo caso, el camino se ha iniciado por fin. Queda ahora por delante el trabajo de los colegisladores, y para ello quiero confiar en el impulso del nuevo presidente del Eurogrupo, en un gobierno alemán con mayores ambiciones, estabilidad en Italia y el concurso de una mayoría nítidamente europeísta en el Parlamento, después del frío recibimiento que el Consejo Europeo ha dado esta propuesta.
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