Sin embargo, el Parlamento no compartió esa lectura de la situación. En una sesión de intervenciones casi unánimes, como no recuerdo en el pasado, los diputados de los distintos grupos y nacionalidades fuimos interviniendo durante casi tres horas para exigir una aplicación prudente de la regulación que supuestamente exige ese bloqueo, porque aun cuando la Comisión defendía un automatismo total en esa decisión, esa misma norma le otorga un amplio margen de discrecionalidad para adecuar el congelamiento de los fondos atendiendo a la situación económica de los países. Por ello, el Parlamento exigió a la Comisión que explicara qué metodología va a utilizar para estimar el importe global de una posible congelación y su reparto entre los distintos tipos de fondos, en la medida que ese cálculo podría llevar a un “bloqueo cero”. A su vez, el Parlamento pidió también la celebración de otra reunión con los gobiernos de España y Portugal para conocer la opinión de primera mano de la otra parte de la negociación y, por supuesto, retrasar cualquier decisión de la Comisión a la recepción de los presupuestos del próximo año.
Sin duda, el Parlamento ha ejercido una labor clave de control sobre la Comisión en un asunto de extrema gravedad para nuestro país. La situación política de los comisarios presentes pasó por momentos comprometidos con un Parlamento volcado en evitar hacer pagar a los de siempre por decisiones, algunas irresponsables, de sus gobiernos, como en el caso de España, porque estos Fondos principalmente se destinan a regiones y municipios que necesitan de esos programas de convergencia.
Con todo, hay una cuestión que complica aún más la posición de nuestro país y las de los diputados que estamos trabajando para eliminar esa espada de Damocles: ¿podrá España presentar un proyecto de presupuestos antes del 15 de octubre?
Quienes vivimos a medias entre la política europea y la española, percibimos con una cierta dosis de desamparo el devenir de nuestro país, con un debate público absolutamente fuera de la realidad, lleno de grandes discursos y objetivos morales, pero ausente de inicio a fin del principio de realidad ni de la ética de la responsabilidad. Atentos.