Crónica del debate sobre el Estado de la Unión

Artículo publicado en mi sección quincenal “Tarjeta Azul” de La Nueva España el 14 de septiembre de 2017

Escribo estas líneas a caballo entre el debate sobre el Estado de la Unión, el turno de votaciones y las siguientes reuniones del pleno y de los distintos grupos de trabajo que marcan las jornadas maratonianas de Estrasburgo. Juncker ha pronunciado un discurso esperanzador, destacando que la Unión se ha sobrepuesto al golpe del Brexit, con una buena estrategia negociadora, ha superado las citas electorales complicadas en Austria, Holanda y especialmente Francia, y la economía comienza a crecer con más fuerza que en otras latitudes, aunque con efectos distributivos muy negativos, aún peores en los países que como el nuestro tienen un gobierno conservador poco preocupado en repartir los beneficios de esta nueva expansión, en todo caso, aún muy volátil.

El Presidente de la Comisión ha presentado en su discurso una agenda de propuestas legislativas para el corto plazo, centradas en mejorar el mercado interior en energía y telecomunicaciones, en capitales y actividad bancaria, así como en defensa y seguridad, que ha entrado con fuerza en las prioridades de la Unión. Asimismo, ha defendido una agenda comercial muy activa, para la cual los compromisos del CETA sólo sea un punto de partida para próximas negociaciones y, no de llegada, con Japón, México, Chile, Mercosur, Australia y Nueva Zelanda en el objetivo. Pero también defendió una posición no naive respecto a las inversiones extranjeras en Europa en sectores que pueden ser estratégicos y que no deben caer en la esfera de influencia de potencias autoritarias. Anunció a su vez una Estrategia Industrial, la asunción de nuevas medidas en cumplimiento de los acuerdos de Paris contra el Cambio Climático, el desarrollo de una Agencia Europea de Ciberseguridad, en el marco de la unión de la defensa, y la necesaria revisión de la política migratoria con nuevos planes de solidaridad con África, la creación de canales seguros de inmigración legal y el reforzamiento de las gestión común de las fronteras.

En todo caso, más allá de las propuestas legislativas concretas, el discurso de Juncker pasó a otro estadio cuando abrió el debate el futuro de la Unión. Esta parte del discurso se inició apelando a los valores de la Ilustración, los principios europeos, la igualdad, la libertad y la fraternidad, uniendo a ellos el respeto al Estado de Derecho, en clara referencia a lo que estamos observando en Polonia o en Hungría, pero también en Cataluña. Afirmó que la Unión no es un “Estado” de Derecho, pero sí una estado, un marco institucional, de Derecho. A partir de aquí detalló su plan de reformas.

La pasada primavera la Comisión publicó un informe presentando cinco escenarios alternativos para orientar el futuro de la Unión, que si bien ha ayudado a abrir el debate, en su día me pareció una dejación de responsabilidades en el liderazgo europeísta. Ahora, tras unos meses debate, Juncker ha apuntado cuál es su propuesta concreta, mientras hemos ido conociendo también algunas ideas del nuevo gobierno francés y de los candidatos a la Cancillería en Alemania. En términos generales, la Comisión ha defendido acabar de algún modo con la Unión a la carta de modo que en 2025 todos los países estén en la zona Schengen, en la zona euro, para lo que propone un fondo para facilitar su entrada, y en el resto de políticas que ahora están fragmentadas. Además, ha propuesto dotar a la zona euro de un presupuesto propio con la transformación del MEDE en un Fondo y la transformación del comisario de economía en un auténtico ministro de Finanzas, centralizando la actividad en este campo y presida el Eurogrupo, bajo el control del Parlamento Europeo, que es también el parlamento de la zona euro. Enfatizó también la necesidad de tomar decisiones tributarias sin unanimidad, por mayoría cualificada, sistema de decisión que también propuso se aplicase a las cuestiones de política exterior, usando para ello algunas opciones que ya ofrece el actual Tratado. En fin, Juncker apostó por una línea de claro avance en el proceso de construcción europeo y nos emplazó a todos a ir tomando decisiones a lo largo de 2018, mientras se avanza en la negociación del Brexit, a lo que dedico apenas dos minutos, para aseverar la posición de fuerza de la Unión.

El recibimiento del discurso por parte de los diputados ha sido variado. Desde las fuerzas anti-europeas, a izquierda y a derecha, todo les parece mal, cualquier avance es rechazado en loor de las soberanías nacionales populares. En la derecha europeísta, su portavoz Manfred Weber insistió en los asuntos de seguridad, apoyando una reducción de la inmigración y apelando a unos valores culturales que creen en riesgo ante el aumento de la multiculturalidad de nuestras sociedades. Un discurso extremadamente conservador, centrado en el mensaje del miedo. Por nuestra parte, los socialistas, encabezamos por nuestro jefe de grupo, Gianni Pitella, apoyamos una estrategia más ambiciosa en el proceso de integración y echamos en falta una apuesta más decidida en la construcción del pilar social de la Unión. Este es, sin duda, el hecho claramente diferencial de nuestra participación en el debate europeo. Compartimos y alentamos en ese avance en la zona euro, en la creación de un sistema europeo de acogida a refugiados, pero no vemos en la agenda con la importancia que debería el impulso a la unión social, que se sigue retrasando entre las prioridades de la Comisión, con el apoyo amplio de los jefes de gobierno en el Consejo Europeo.

En fin, concluye el debate central de orientación política de la Unión celebrado en un momento clave. Tras el Brexit y el crecimiento del discurso nacionalista en toda Europa, muchas temían que aquel referéndum podía ser el principio del fin, tras una década marcada por una crisis económica sin compasión. Sin embargo, la Unión sigue viva y con una hoja de ruta para avanzar en la integración, y evitar así gestiones económicas como las que sufrimos en los últimos años. Estamos, pues, ante una ventana de oportunidad única, que nos ofrece una oportunidad, quizá la última, para insuflar un halo de esperanza al continente. Confiemos en que la ceremonia de entrega de los premios Princesa de Asturias sirva para cristalizar ese punto de inflexión y alumbremos, desde nuestra comunidad, un renovado camino para la reconquista de los valores europeos.

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