El debate presupuestario español desde Bruselas

Artículo publicado en Cinco Días el 28 de abril de 2018

La economía española cerrará el output gap abierto en la pasada crisis financiera y fiscal durante este ejercicio. El PIB español habrá superado el agujero que se comenzó a abrir en 2009 y que alcanzó un máximo cercano a ocho puntos en 2013, según el FMI. Sin embargo, y probablemente incorporando algunas sombras sobre este tipo de estimaciones, la tasa de desempleo se mantiene por encima del quince por ciento de la población activa, la posición de inversión internacional neta arroja un déficit superior al 80 por ciento del PIB, y la deuda privada y pública rondan el 160 y el 100 por ciento del PIB, respectivamente. Ciertamente estos indicadores muestran una mejora en los últimos años, desde que la orientación de la política económica europea comenzó a virar a partir de 2014. Pero todos estos guarismos corresponden a una economía con serias fallas estructurales, problemas que, una vez agotado el output negativo, necesitan de una política económica adecuada, más allá del ciclo. Y este es el principal hándicap del proyecto de presupuestos para 2018 presentado por el Ejecutivo de Mariano Rajoy en España.

En primer lugar, no hay en estos presupuestos una estrategia estructural para reducir el déficit y la deuda pública, talón de Aquiles de nuestra economía. Es cierto que el gobierno plantea aminorar el saldo presupuestario deficitario hasta el 2,1 por ciento del PIB, pero el déficit estructural se mantendrá en el entorno del 2,5 por ciento, ratio en el que podría mantenerse durante el próximo lustro a la vista de las estimaciones de las instituciones independientes. En segundo lugar, la evolución prevista de la posición de inversión internacional neta mantiene una dependencia extraordinaria, aún a pesar de la mejora del saldo por cuenta corriente de la balanza de pagos, con un superávit, en cualquier caso, temporal expuesto a los precios internacionales de la energía y al tipo de cambio del euro. Así, estos presupuestos no presentan ninguna hoja de ruta para reducir esa dependencia exterior, ni para orientar la matriz de crecimiento de tal modo que se mejore el perfil exportador. Y, por último, el presupuesto no recoge estrategia alguna para avanzar en un crecimiento inclusivo que acelere la creación de empleo, pero que también mejore el grado de desigualdad y reduzca la pobreza en nuestro país, que amenaza con cronificarse durante décadas.

Estamos, pues, ante unos presupuestos que se dejan conducir por el ciclo, de momento positivo, pero que no abordan ninguno de los retos estructurales de la economía española. Pero, además, estos presupuestos empeoran la capacidad de afrontar nuevos retos con “zanahorias” aquí y allá que desvirtúan cualquier proyecto tributario creíble.

Desde una perspectiva macro, creciendo por encima del potencial y ante los desequilibrios descritos, el país necesita otro tipo de presupuestos con una posición fiscal diferente y una bien distinta distribución de los esfuerzos y de las inversiones. Estas cuentas, claramente a favor del ciclo, agudizan los problemas estructurales del déficit público y, con ello, mantienen las sombras sobre sostenibilidad de la deuda a medio plazo. Además, contribuyen a dificultar la reducción de la deuda externa, y empeoran la posición competitiva en los mercados internacionales. Estos presupuestos desplazan problemas al futuro con efectos muy negativos, por otra parte, sobre la sostenibilidad del Estado de Bienestar.

En todo caso, el país debe cumplir con los objetivos de déficit públicos acordados con las instituciones europeos, pero debe hacerlo con una estrategia a medio plazo para reducir el déficit estructural. Para ello, más allá de debatir sobre el gasto público, que ha sufrido un recorte muy sustancial en los últimos años, es evidente que España tiene un problema de ingresos, muy por debajo de la media de la eurozona. Es urgente, pues, una revisión del sistema tributario centrada en ampliar las bases imponibles, es decir, en hacer tributar aquellas rentas que ahora eluden, y desplazando las cargas fiscales hacia los stocks de riqueza, que reduzcan los excesos de gravamen del sistema e incorpore equidad al mismo. Esta reforma, además de los beneficios a corto plazo, debería apuntalar una senda estructural de estabilidad presupuestaria que permita afrontar los retos del Estado de Bienestar, como la sostenibilidad del sistema de pensiones con credibilidad.

A su vez, esta reforma fiscal coadyuvaría a mejorar la cuenta corriente de la balanza de pagos, reduciendo la deuda externa, y, por supuesto, permitiría desplegar una acción de urgencia contra la pobreza. Se necesita un plan de choque para aquéllos que lamentablemente no llegan al mínimo para realizar la declaración de la renta, que erradique las peores consecuencias de la pasada crisis, porque de no remediarse además de suponer una grieta en nuestras sociedades, tendrá un impacto negativo sobre el nivel de gasto estructural a la largo plazo.

Así pues, la economía española necesita tanto por motivos coyunturales, derivados de la posición en el ciclo, como por razones estructurales, ante las perspectivas de evolución de la deuda y las necesidades de un Estado de bienestar europeo, una reforma fiscal que eleve los ingresos públicos de manera permanente. Una revisión que se solapa, por cierto, con el debate sobre la financiación autonómica.

Por todo ello, el Partido Socialista presentó una enmienda a la totalidad a este proyecto de presupuestos, que no es sólo la propuesta para un ejercicio, sino que va más allá del debate anual sobre las cuentas de la Administración Central. La propuesta pretende poner los pilares de nuevo modelo de crecimiento inclusivo y sostenible, en términos económicos y medioambientales, apuntando así más a un Plan Nacional de Reformas, que a un presupuesto anual. Es decepcionante ver como la derecha tradicional, nacionalistas de un sitio u otro, y los nuevos liberales hayan validado un proyecto sin pies ni cabeza. La alternativa, pues, sólo pasa por el PSOE, que ofrece una ruta para llevar a España al corazón de Europa, también en su modelo económico.

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