En fin, esta semana visité Barcelona para mantener varias reuniones de trabajo en torno a varios proyectos legislativos que me traigo entre manos en el comité de asuntos económicos y monetarios del Parlamento. Aproveche mi estancia también para asistir a un par de actos del PSC, y arropar y apoyar la candidatura de Miguel Iceta a la presidencia de la Generalitat. El lunes participé en un seminario sobre el futuro de Europa y su implicación en los problemas de Cataluña, y el martes estuve en el acto de cierre de campaña en Cornellá, el corazón del núcleo rojo del área metropolitana de Barcelona. (Escribo estas líneas en el tren de vuelta a Madrid en el “día de reflexión», para viajar después a Asturias).
Pues bien, el martes noche, tras el fin de la campaña y al concluir una cena con amigos y compañeros del PSC, varias personas que habían escuchado nuestras conversaciones políticas desde una mesa cercana se acercaron a nosotros con ánimos encendidos. Nos increparon directamente y nos invitaron a dilucidar nuestras diferencias en el exterior del local, ante la mirada atónita de los que allí estábamos charlando tranquilamente. En todo caso, lo peor estaría por venir. Ante el follón, con varias personas ya de pie intentando evitar cualquier inconveniente mayor, un camarero se acercó para ayudar a suavizar la situación, mientras uno de sus compañeros le preguntaba desde el otro lado de la barra qué ocurría. Su respuesta fue: “lo de siempre, un lío de banderas”. Lo de siempre.
Finalmente, las personas que nos increparon por disentir en nuestras opiniones, que habían estado escuchando a hurtadillas, se fueron y cuando recobramos cierta tranquilidad volví a pensar en “lo de siempre”. Ni era la primera vez, ni suponía un suceso poco frecuente. Ciertamente, la convivencia está muy tocada en la sociedad catalana, aquella que una vez fue faro y guía para el resto de España y que ahora se ha retrotraído sobre lo peor de nuestra historia, de la historia conjunta de nuestro país.
Pues bien, hoy se dilucida en las urnas catalanas que “lo de siempre” pasé a ser de nuevo “lo de antes”. Y si lee, querido lector esta columna a final del día, con el recuento ya hecho, espero que podamos celebrar el inicio de un nuevo comienzo.