Malos tiempos para la Política

(Artículo publicado en La Nueva España– 3/3/2016)

Escribo estas líneas con el debate de investidura de fondo en mi despacho de Bruselas. Y escribo desde la preocupación y cierta desesperanza con la situación de nuestro país. El pueblo español ha conformado unas Cortes Generales muy fragmentadas, sin mayorías ideológicas. Un resultado que obliga a la negociación y al acuerdo, algo a lo que parece que algunos no están dispuestos. Parece que la probabilidad de tener un gobierno medianamente estable, sin dependencias de los que no quieren compartir este espacio común llamado España, se antoja mínima. El fruto de todo esto pudiera ser unas nuevas elecciones a finales de junio y continuar con un gobierno en funciones, al menos, hasta septiembre. Un año sin gobierno en un momento donde nuestro futuro europeo también está en juego.

Europa atraviesa una crisis sin igual. A la crisis económica se ha unido una crisis moral ante la llegada de refugiados sirios. El Reino Unido, por su parte, tiene su propio referéndum para decidir si continúa o no con nosotros, mientras Holanda celebra también otra consulta sobre el acuerdo de asociación con Ucrania. Un referéndum convocado tras la recogida de las firmas necesarias para ello, a instancias del partido eurófobo, que lidera las encuestas ene se país, y que quiere usar este asunto para cuestionar el propio proyecto europeísta. Por su parte, Hungría anuncia su propio referéndum sobre el sistema de cuotas obligatorias de refugiados. Y esa ausencia de una auténtica política europea de fronteras está destrozando el derecho a la libre movilidad de las personas, interrogado también por el acuerdo alcanzado con el Reino Unido. Esta locura de confrontar soberanías que sigue, por ciento, la lógica de la consulta de Syriza del pasado año, es una vía disolvente de la Unión Europea, en un momento donde esa unidad es aún más importante que en el pasado.

Ciertamente, no atravesamos buenos momentos aquéllos que creemos en la democracia occidental, en el Estado de Bienestar y en la necesaria regulación ordenada de los mercados, principios todos ellos que consolidan de facto en la Unión Europea. Y no estamos en un buen momento porque se ha asentado una interpretación de la realidad maléfica por sus consecuencias.

Tal pareciera que Europa estuviera dirigida por una banda de tecnócratas que imponen camisas de fuerza a los Estados miembros, incompatibles con el desarrollo de la soberanía nacional, auténtica base de la democracia.  Los ciudadanos se encuentran inseguros, quieren recuperar el control de sus vidas y sienten que Europa no sólo no responde, sino que impide el desarrollo de políticas distintas. El corolario de este argumento es que más vale estar fuera que dentro. El problema es que de premisas falsas, se concluye en resultados equivocados.

Europa, como España, no está regida con dictadura tecnocrática alguna. Los poderes de la Unión emanan de las elecciones nacionales y europeas, y son esas convocatorias las que dictaminan la orientación de las políticas europeas. Y al igual que uno entiende que la capacidad de actuación de las Comunidades Autónomas se encuentra restringida por las Cortes Generales, por la Constitución, la actividad de un gobierno nacional responde también al marco europeo global. Por ello, Cataluña no puede convocar un referéndum para salir de España, Grecia no debe organizar una consulta similar para pedir más dinero a los países acreedores y Hungría tampoco tiene legitimidad para someter a sus ciudadanos decisiones tomadas en Europa dentro su campo de actuación. Si alguien quiere cambiar Europa, debe ganar las elecciones europeas y los comicios nacionales necesarios.

Ahora bien, si ante las dificultades para construir mayorías alternativas, uno se da por vencido y apuesta por debilitar o salirse de Europa, ha de saber que todos nuestros problemas tendrían soluciones imposibles. Los ajustes fiscales serían más severos fuera de la zona euro, la gestión ordenada de los refugiados sería una quimera, las amenazas terroristas mayores y la posibilidad de mantener un Estado de Bienestar con un sistema fiscal redistributivo menor. La conclusión es simple y su implementación compleja, pero no queda otra que trabajar en las instituciones y fuera de ellas para ganar elecciones y colaborar así en la transformación de Europa.

Sin embargo, por doquier, a izquierda y a derecha, proliferan las voces antieuropeas, con sueños nacionalistas que lejos de resolver problema alguno, sólo harían que agravarlos. Se plantean nuevos movimientos políticos que presentan la soberanía nacional como base de la democracia, cuando ese aislacionismo diluiría de facto, esto sí, la democracia porque no habría gobierno capaz de impulsar agendas políticas alternativas, so pena de huir también del mundo.

Europa nos da la capacidad técnica para regular la globalización pero no tenemos el poder político suficiente para hacerlo y los Estados nos ofrecen la ensoñación de recuperar esa supuesta soberanía, que no tendría efectividad alguna.

Como digo, nuestro camino no es sencillo, especialmente ante la lejanía de una ciudadanía que responde a estas crisis con un distanciamiento de Europa, sin apreciar que esa desconfianza y su apoyo a fuerzas antieuropeas responde al actitud irracional de quien se rasca una herida, conocedor de que sólo puede aumentar su escozor.

Y ese escozor lo sufrimos también en España, donde la política, a fuerza de los innumerables casos de corrupción y las dificultades para resolver nuestros problemas, ha pasado igualmente a ser vilipendiada. Escuchamos de nuevo discursos contra el parlamentarismo, la democracia representativa, las instituciones independientes: todos los políticos somos culpables hasta que se demuestre lo contrario.

En fin, confío en que este envite al que nos somete la historia pueda ser superado, manteniendo los principios de nuestros sistemas democráticos en pie, toda vez que nuestro modelo ha dejado de tener la fuerza moral que tenía frente a los golpes de las democracias plebiscitarias o, directamente, de las dictaduras con rendimientos económicos.  Malos tiempos para la Política.

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