04 Feb A propósito de la polémica en torno a las vacunas
La actualidad comunitaria ha estado dominada en estas últimas semanas por el conflicto entre la Comisión Europea y la farmacéutica AstraZeneca. El pasado 22 de enero, la compañía anunciaba que sólo entregaría a la Unión el 25 por ciento de las dosis acordadas para el primer trimestre de este año, alegando distintos problemas en la producción. Esta noticia se conocía poco después de que Pzifer anunciara por su parte una reducción temporal en la provisión de sus vacunas, en este caso para acometer inversiones adicionales para amplificar su nivel de producción. No parece que el anuncio de Pfizer vaya a alterar en demasía los plazos de entrega trimestral acordados, dado que las obras en su planta de Puurs (Bélgica) ya han terminado y se espera que a finales de febrero no solo se pueda retomar, sino que se incremente la producción. La decisión unilateral de AstraZeneca, en cambio, ha puesto en peligro la campaña general de vacunación y ha abierto una crisis más profunda en Bruselas.
Desde el inicio de esta crisis, AstraZeneca no ha jugado limpio. Primero, afirmaron que el motivo de la reducción de la provisión de vacunas se debía a problemas en las factorías sitas en territorio europeo. Cuando quedó claro que el contrato exige la provisión de las vacunas desde cualquier planta, ya sea europea o británica, la compañía alegó que el contrato con el Reino Unido se había firmado antes. El problema, de nuevo, es que no hay ninguna referencia contractual que permita discriminar entre clientes por la fecha de firma del contrato. Parece, pues, que AstraZeneca estaba discriminando por precio en la medida que la Unión, negociando unida, había logrado un coste más reducido por las vacunas. Y siendo así, resultaba probable que AstraZeneca, no solo dejara de vender a Europa vacunas producidas en sus plantas británicas, sino que quizá podría estar exportando al Reino Unido dosis del fármaco desde sus factorías continentales, a la vez que anunciaba la reducción de las cantidades a entregar a la UE.
La Comisión, por su parte, ha ido un poco por detrás de los acontecimientos después del gran éxito del pasado año entorno a la respuesta económica a la crisis y, por supuesto, la negociación conjunta frente a las farmacéuticas para la provisión de vacunas. En esta ocasión, la Comisión ha tardado en hacer públicos los textos de los contratos, alimentando rumores de topo tipo, muchos bulos, que fueron perfectamente desenmascarados una vez la opinión pública tuvo acceso a los papeles. Por otra parte, el anuncio precipitado de control de exportaciones de vacunas el pasado fin de semana, rápidamente corregido en lo relativo a la frontera norirlandesa, ha mostrado un instinto de repliegue muy preocupante. La Comisión y los Estados miembros tienen opciones suficientes de presión sobre unas compañías tan dependientes de la regulación y la supervisión como las farmacéuticas. El anuncio del cierre de fronteras fue una muestra de debilidad, mientras los europeos blandimos la bandera del multilateralismo.
Parece, finalmente, que AstraZeneca ha respondido a las presiones políticas con un ligero aumento, respecto del ajuste anunciado, y suministrará a la UE 40 millones de dosis en el primer trimestre. Aunque esta cifra sigue muy por debajo de la pactada inicialmente entre la Comisión Europea y la compañía, se prevé que el ritmo de recepción de vacunas aumente notablemente en febrero respecto a enero, y lo haga nuevamente en marzo. Asimismo, el compromiso adquirido por Pfizer para incrementar en 75 millones las dosis que enviará a la UE en el segundo trimestre del año, así como la posible aprobación de nuevas vacunas en las próximas semanas permite pensar que el ritmo de inmunización aumentará progresivamente.
Con todo, me gustaría aprovechar este incidente para insistir en la necesaria politización ordenada del debate europeo. Coincidir o no con las decisiones y las actuaciones de la Comisión Europea, de nuestro gobierno, no presupone una posición política respecto al proyecto europeo. Seguimos, a menudo, valorando nuestra afinidad con la Unión dependiendo de las decisiones que se adopten por los políticos de turno, sin asumir nuestra íntima condición de europeos. En España, nuestra distancia coyuntural con el gobierno nacional, o con el asturiano en los asuntos regionales, no nos llevan a cuestionar la pervivencia y el futuro ni de nuestro país, ni de Asturias. Sin embargo, en Europa, tal parece que en cada error o en cada decisión política del ejecutivo del momento esté en juego la fortaleza de la Unión.
La Comisión no ha estado demasiado astuta en todo este debate con AstraZeneca, toda vez que la negociación conjunta era condición necesaria para garantizar una provisión eficiente de vacunas, aunque parece que no suficiente. Lo cierto es que la campaña de vacunación del COVID-19 constituye un reto logístico y político sin precedentes. Sin embargo, si algo ha quedado claro en este año de lucha contra la pandemia es que solo podemos responder de manera adecuada a este ingente reto si lo hacemos desde la unidad. Así lo evidenciaron situaciones como la vivida en marzo del año pasado, cuando escaseaban materiales médicos como las mascarillas y los gobiernos nacionales empezaron a tomar unilateralmente decisiones que se demostraron perjudiciales para todos. Es justo y necesario ser exigentes con la Comisión y demandarle que actúe de manera más ágil y contundente en el futuro; pero esto no debe impedirnos perder de vista la importancia de permanecer unidos en situaciones críticas como la actual.
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