A propósito de la quiebra del banco Silicon Valley

La crisis del banco Silicon Valley en California y alguna otra entidad bancaria regional en Estados Unidos pareció llevarnos, -al menos, mentalmente- hace apenas unas semanas al shock financiero de 2008-09, que precipitó una crisis profunda a ambos lados del Atlántico. Pocos días después, Credit Suisse, la otrora joya bancaria del país transalpino, entraba en la unidad de cuidados intensivos, aunque finalmente se logró su venta en un proceso no exento de lagunas. Mientras tanto, las cotizaciones de casi todas las entidades bancarias sufrían un fuerte correctivo en sus respectivas bolsas, y los rumores aquí y acullá sobre la liquidez, el riesgo de interés, o las ratios de créditos fallidos en un determinado banco conducían el valor de sus acciones o el de sus emisiones de deuda tal que un rally por los Picos de Europa. Días difíciles para los gestores y trabajadores del sector bancario, pero horribles también para los supervisores, temerosos de que su trabajo de control sobre los bancos hubiera sufrido algún flanco débil, y, por supuesto, para los legisladores que nos dedicamos a diseñar las leyes prudenciales en el mercado bancario.

Mientras redacto esta columna, casi la totalidad de las bolsas mundiales están en números verdes, los índices de referencia del sector bancario también, e incluso el Deustche Bank, en el centro del huracán hace unos días, registra hoy un incremento de su valor en bolsa en torno a un 1,5 por ciento. Pareciera que esta tormenta ha quedado atrás, pero la resistencia del sector bancario es una cuestión muy delicada, que depende de la regulación, supervisión y de la propia gestión de las entidades, en un equilibrio entre rentabilidad y riesgo, entre tomar prestado a corto plazo y darlo a largo.

Con todo, estas crisis bancarias en Estados Unidos y Suiza, que provocaron relevantes turbulencias en los mercados, hasta ahora acotadas, han llegado en un momento muy oportuno, justo en la fase final de la negociación política entre el Parlamento y el Consejo sobre el reforzamiento de las normas prudenciales bancarias. Desde la pasada crisis, Europa ha estrechado el control sobre los bancos, con una regulación mucho más exigente y una supervisión más intrusiva. Camino, por cierto, que Estados Unidos comenzó a desandar bajo la presidencia de Trump y del que ahora sufre las consecuencias. Sin embargo, esa senda de reforzamiento de las normas prudenciales no ha encontrado su fin todavía y lo que nos traemos entre manos son nuevas exigencias de capital para minimizar la probabilidad de cualquier crisis bancaria.

En este debate, en cambio, ya había quien estaba planteando una cierta relajación de las normas, en la medida en que el sector había respondido bien durante la crisis de la pandemia y en este año de guerra en Ucrania. Defendiendo, así, que, en un entorno de subida de tipos de interés, se podría suavizar algunos elementos de control para que la oferta de crédito no se redujera sustancialmente. Puede imaginar, querido lector, que tales posiciones se venían escuchando por algunos diputados y gobiernos nacionales muy cercanos a la industria bancaria. Pues bien, las turbulencias de estas últimas semanas, nos van a ayudar, y mucho, a conducir estas últimas negociaciones dirigidas, como decía, a elevar el capital de las entidades bancarias y, con ello, reforzar la estabilidad del sector bancario europeo. En ello estamos. Seguiremos informando.

 

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