Carta abierta a Diego Canga. Sobre la democracia europea

Querido Diego:

En primer lugar, deseo felicitarte públicamente, tal y como he hecho en privado, por aceptar la candidatura del Partido Popular a la presidencia del gobierno del Principado. Ni debo ni puedo desearte mucha suerte, habida cuenta de mi profundo convencimiento de que Asturias siempre estará mejor gestionada por un Ejecutivo socialista, pero agradezco tu decisión, marcada por la vocación de servicio público. En todo caso, para los europeístas comprometidos es también una buena noticia que un funcionario de la UE se adentre en los vericuetos de la política y del debate público en Asturias, como un elemento más para poner el foco en las políticas comunitarias y el futuro de nuestra Unión.

Hasta aquí mis felicitaciones y agradecimientos. Lamentablemente, tus primeras intervenciones han sido bastante desafortunadas, valoradas desde la perspectiva europeísta, sin necesidad de entrar en banderías partidistas.

En 2014, cuando inicié mi andadura en el Parlamento Europeo, la Unión no atravesaba por sus mejores momentos. La austeridad y las incorrectas decisiones de política económica tomadas en los años previos habían alejado sustancialmente a la ciudadanía de la Unión, percibida como un ente burocrático, donde tecnócratas y “hombres de negro” imponían sus decisiones sobre los países sin legitimidad democrática alguna. Era necesario, y sigue siéndolo, combatir esa apreciación, por otra parte, falsa, de una Unión sin músculo democrático.

A escala local, regional o nacional, cualquier persona puede diferenciar fácilmente las políticas de un gobierno frente a la institución en la que ese ejecutivo opera. Es decir, si como españoles no compartimos una decisión concreta de una mayoría parlamentaria pasajera en un momento dado, eso no nos conduce a cuestionar nuestra condición como ciudadanos del Estado español. Diferenciamos, pues, nuestra pertenencia a una comunidad política definida, en este caso España, de nuestra afinidad o no con el ejecutivo de turno. Sin embargo, a nivel europeo, cuando un ciudadano no comparte una decisión de las instituciones de la Unión, no culpa a un político u otro, sino a la propia Unión en su conjunto y como proyecto.

Esta diferencia, que podría pasar por un matiz, está en la base de gran parte de los problemas de la Unión y la razón subyace en la dificultad para percibir el conflicto político del que emanan las decisiones de las instituciones comunitarias. Sobre este asunto me detengo con detalle en mi último libro “Volver a las raíces” (Clave Intelectual, 2021) porque, en mi opinión, constituye la principal amenaza para el futuro de la Unión.

Pues bien, apreciado Diego, en tus primeras semanas en Asturias has realizado algunas afirmaciones que fortalecen esas visiones no democráticas de la Unión y que exigen una respuesta por mi parte. Detallo, pues, algunas de tus frases:

– “Yo conseguí diez años más de ayudas para el carbón tras el fin del Tratado de la CECA”.

– “Yo conseguí salvar la construcción naval con un discurso de tres minutos”.

– “Yo conseguí reabrir Tenneco”.

Escuchando estas aseveraciones, en las que asumes competencias legislativas y ejecutivas en primera persona, a las que se suma alguna otra noticia en la que tu voluntad parece sustituir a las decisiones democráticas de los ministros que conforman el Consejo de la UE, te haría la pregunta que cualquier ciudadano podría plantearte:

– “¿Quién te ha votado en todos estos años para tomar, supuestamente, tales transcendentes decisiones en ámbitos tanto legislativos como ejecutivos?”

O bien, dado que no han sido jamás electo por la ciudadanía:

– “¿Ante qué parlamento compareces para explicar tus decisiones?”

Parece obvio que, si no has pasado por unas elecciones que te otorguen un mandato legislativo, ni has estado controlado ante cámara democrática alguna, es imposible que hayas podido tomar esas decisiones ni en primera persona -tal y como las has presentado-, ni tan siquiera de manera colegiada, a no ser que la Unión Europea no sea una democracia.

Y como este último extremo es absolutamente falso, debemos colegir que lo incierto es lo primero: la patrimonialización que haces de las decisiones tomadas por los dirigentes políticos europeos en el marco de la gobernanza democrática que nos hemos dado, donde los funcionarios operan prestando un apoyo técnico sin poder político alguno.

No dudo, Diego, que, dada tu trayectoria en las principales instituciones europeas -Consejo, Comisión y Parlamento-, hayas estado trabajando en esos temas. Ni tan siquiera cuestiono tus propósitos en esos u otros debates. Pero en las democracias, sólo los electos por el Soberano y los que ejercen cargos ejecutivos sustentados por los legislativos y controlados por ellos pueden realizar afirmaciones como esas. Es más, en el marco de la Unión, donde por cierto casi todo es fruto de largas conversaciones y amplios consensos, tus declaraciones resultan particularmente equívocas.

Como demócrata y como europeísta, sin consideración partidista alguna, no puedo dejar pasar por alto que un funcionario comunitario pronuncie en primera persona del singular tales aseveraciones, porque supondría dar por válida la crítica a esa Unión supuestamente tecnocrática y alejada de la democracia, que como diputado al Parlamento Europeo combato cada día.

Ningún empleado público en Asturias o en España hablaría así de las decisiones tomadas por los representantes de los ciudadanos o por los responsables políticos de los poderes ejecutivos controlados por sus parlamentos. Son los políticos, y no los funcionarios, quienes toman decisiones, aun cuando éstos estén apoyados por el trabajo técnico de los empleados públicos.

Confío, en cualquier caso, en que en este 2023 en el que se desarrollará la campaña electoral para los comicios locales y autonómicos de la próxima primavera, todos seamos capaces de aprovechar esos debates también para mantener la llama europeísta y fortalecer el modelo democrático de la Unión Europea.

Con todo mi cariño,

Jonás

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