Hacia las elecciones generales

Esta semana informaban los medios de comunicación de la entrada en vigor de una nueva regulación para obligar a las entidades bancarias a proveer de una serie de servicios (cuenta corriente, tarjeta de débito, domicialización de recibos, etc.) a cualquier ciudadano, estableciendo a su vez un limite máximo a las posibles comisiones. La medida pretende combatir los problemas de exclusión financiera, especialmente después de los procesos de concentración bancaria y la práctica desaparición de las cajas de ahorro en la última década. Sin embargo, en pocos medios se ha explicitado nítidamente que esta nueva regulación es el fruto de la necesaria transposición de una directiva europea.

Sirva este ejemplo para adelantar que cerca del 80 por ciento de la regulación de nuestro país se decide en Europa, en ocasiones con transposiciones en el Congreso de los Diputados (con las directivas) y en otras con una aplicación directa sin debate alguno en nuestro Legislativo nacional (reglamentos).

Ante esta realidad resulta difícil entender la ausencia en los debates electorales televisivos de los últimos días de, al menos, un bloque para analizar la evolución de la Unión, que ni siquiera es política internacional, sino claramente doméstica.

En estas elecciones no sólo nos jugamos quién ocupará La Moncloa en los próximos años, sino también quién se sentará en la mesa del Consejo Europeo y qué ministros acudirán a las reuniones del Consejo.

Después de este comentario introductorio, como antesala de las elecciones europeas que nos esperan en mayo, es evidente que la Unión y cada uno de los países se enfrentan a varias disyuntivas. Por una parte, observamos el incremento de los nacionalismos egoístas en casi todos los Estados, partidos que verán crecer su número de escaños en el próximo parlamento y que ya ocupan cancillerías relevantes en países claves como Italia. Por otra, seguimos pendientes del clásico debate entre la izquierda y la derecha europeísta sobre las prioridades para los próximos años, así como sobre el ritmo y el método de integración, pivotando más sobre los Estados o sobre la Comisión y el Parlamento.

En estas disputas, el PSOE mantiene alzada la bandera europeísta y el gobierno de Pedro Sánchez ha marcado una línea clara en los últimos meses desde La Moncloa. Los socialistas apostamos por recuperar la soberanía, diluida en este mundo globalizado, a través de Europa para dotarnos de nuevo de un instrumento público para ordenar los mercados y construir sistemas de redistribución de la renta. Sólo a través de Europa recuperaremos la esencia de la izquierda. Pero, ademas, el programa electoral del PSOE sigue defendiendo el avance en esa integración con los máximos estándares democráticos, lo que exige situar en el centro de ese proceso a la Comisión y al Parlamento.

Recuperar la soberanía para proteger a nuestros ciudadanos y vehicular ese camino con la democracia como instrumento, más allá de los tratados intergubernamentales, supone, a su vez, la mejor barrera contra los nacionalismos egoístas, contra los peores espíritus de la historia de nuestro continente.

Sánchez viene insistiendo en estos puntos en todas sus declaraciones públicas, y así lo hizo en su reciente intervención en Gijón en un gran mitin, desbordando todas las expectativas de asistencia. De aquí al domingo, necesitamos superar también las expectativas demoscópicas para lograr un gobierno progresista y europeísta, que ponga freno ante el avance de la extrema derecha en nuestro país y en Europa. Solo hay un opción. Haz que pase.

 

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