Italia: que la pesadilla sea breve

El resultado de las elecciones legislativas celebradas en Italia el pasado domingo, 25 de septiembre, ha sido malo. Muy malo. Para aquellos que trabajamos por una Unión Europea con mayor capacidad de intervención, al servicio de nuestro modelo social; para quienes creemos en un mundo basado en reglas y aspiramos a una sociedad abierta y cohesionada, los comicios italianos -que se suman a los celebrados recientemente en Suecia- suponen un paso atrás. Con todo, tampoco debemos caer en la desesperanza ni en la frustración. Hay motivos para ello.

En primer lugar, debemos tener presente que la vida promedio de los gobiernos italianos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, hace ahora ocho décadas, ha sido de 401 días. Es decir, un año, un mes y seis días. Así pues, la pesadilla del nuevo Ejecutivo italiano, previsiblemente liderado por Giorgia Meloni, no debería durar mucho.

En segundo lugar, las tensiones entre los futuros socios de gobierno ya son palpables. Por una parte, se percibe una cierta misoginia de los líderes de Forza Italia y la Lega, Berlusconi y Salvini, respectivamente, frente a Meloni, a la que minusvaloran de manera evidente. Por otra, el papel de Salvini está pendiente de dilucidar, y quién sabe lo que podría ocurrir también en el interior de la Lega. Pero, además, la convivencia de los tres partidos en el gobierno, al que se le podría sumar una cuarta formación más minoritaria, presenta todos los elementos necesarios para desencadenar enfrentamientos internos de difícil gestión. Un gobierno, por cierto, que previsiblemente tendrá a Antonio Tajani en la cartera de Exteriores, intentando ofrecer una cara europeísta, mientras el ejecutivo se completa con otros perfiles más euroescépticos e incluso rusófilos. Esa brecha en materia internacional expondrá al gobierno italiano a una presión extraordinaria, especialmente ahora que el conflicto en Ucrania empeora.

En tercer lugar, las expectativas económicas no son demasiado halagüeñas. Si ese gobierno aspira a implementar las promesas de Meloni, Salvini y Berlusconi, centradas en bajadas amplias de impuestos y crecimientos infinitos del gasto, dispararán los déficits públicos en un marco de subida de tipos de interés del Banco Central Europeo. Esta agenda, impulsada recientemente por el nuevo gobierno populista británico, ha hundido la valoración de la libra y adelanta subidas de tipos de interés muy notables. Italia, al estar en la zona euro, no sufriría directamente las mismas tensiones, pero los problemas de fragmentación y los riesgos de redenominación volverían al corazón de los mercados financieros, llevando al país a una situación más peligrosa a la postre que la que está viviendo el Reino Unido.

Y, por último, hay que tener presente el resultado electoral en su conjunto, aun cuando, en su traducción a escaños, la mayoría de la derecha sea muy amplia. Los partidos de Meloni, Salvini y Berlusconi, junto a una cuarta formación que se integraba también en la coalición derechista, sumaron algo menos de trece millones de votos. Sin embargo, las candidaturas lideradas por el Partido Democrático, el Movimiento Cinco Estrellas y la escisión de Matteo Renzi obtuvieron casi catorce millones de votos.  Merece la pena detenerse un momento para conocer el sistema electoral italiano. Como en Alemania, los italianos deben votar en dos urnas. En la primera de ellas se elige la candidatura de un partido en cada región, algo similar a nuestras elecciones al Congreso, donde el modelo es más o menos proporcional. En la segunda, los italianos eligen a un diputado único por cada circunscripción. Pues bien, en esta segunda elección, en la medida que la derecha fue en coalición, todos esos votos se concentraron en un único candidato, toda vez que, en las fuerzas progresistas, el electorado se repartió entre los distintos candidatos, ofreciendo así la victoria en bandeja a la derecha. Así pues, la amplia mayoría en Congreso y Senado de la derecha responde fundamentalmente a una mayor rentabilidad del sistema electoral por haber logrado cerrar una coalición que no fue posible en la izquierda. Sin duda, los partidos progresistas conocían perfectamente el efecto del sistema electoral y su incapacidad para llegar acuerdos han supuesto el mayor lastre en estos comicios, más allá del voto individual de la ciudadanía italiana.

Así las cosas, hay que preguntarse qué podremos esperar del nuevo gobierno tanto para los italianos como para el conjunto de los europeos. En mi opinión, ese gobierno combinará figuras euroescépticas, personajes de extrema-derecha y alguna persona algo más presentable en la escena europea e internacional. Su política exterior no podrá ser tan rusófila como la de Salvini o la que inicialmente proponía Meloni, y su gestión económica o bien conduce al país al caos, perdiendo la financiación del programa Next Generation EU, o tendrá que defraudar a todos sus votantes. Habrá que convivir, pues, con bravuconadas y amenazas de algunos ministros, con una presión política vergonzosa hacia algunas minorías y con políticas migratorias de marcado carácter reaccionario. Esperemos que, más pronto que tarde, el gobierno caiga y veamos otra tragedia italiana en la que todo cambia para seguir igual.

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