Los tres escenarios políticos ante las elecciones norteamericanas – La Nueva España

Este artículo fue publicado originalmente en el diario La Nueva España, el 31 de octubre de 2024.

 

El próximo martes se celebran elecciones presidenciales en Estados Unidos, junto a los comicios para renovar buena parte del Senado y la Cámara de Representantes. Y quizá como nunca, no sólo el futuro de Estados Unidos, sino también la idea misma de la democracia se juegan su porvenir en esa cita electoral. El pasado fin de semana visité Washington de la mano de una delegación del Parlamento Europeo para asistir a la Asamblea Anual del Fondo Monetario Internacional, invitado también por el think-tank financiero Institute of International Finance para impartir una conferencia sobre regulación bancaria europea y los objetivos de este nuevo mandato en la Unión. Tuve la oportunidad, pues, de reunirme con economistas americanos y analistas políticos del país, conversaciones en la que las elecciones americanas estuvieron muy presentes, y cuyas conclusiones deseo compartir contigo.

En primer lugar, todos mis interlocutores afirmaron que estamos ante unas elecciones presidenciales totalmente abiertas y competitivas, cuyo resultado final es impredecible. Si bien, el Senado podrá recaer casi con total seguridad para el lado republicano y muy probablemente veamos una mayoría demócrata en la Cámara de Representantes, en el caso de quién ocupará la Casa Blanca a partir del próximo enero, nadie estuvo en condiciones ni siquiera de realizar una apuesta.

Las encuestas, que infraestimaron a Donald Trump en los últimos años, podrían haber ya corregido sus errores de muestreo, y hay quien afirma que el voto oculto podría estar ahora en el lado de Kamala Harris, en la medida que muchos republicanos atemorizados por el estilo autoritario de Trump podrían votar demócrata el próximo martes sin hacerlo público en estos días. A su vez, Trump parece que estaría logrando relativamente mejor resultado que otros candidatos republicanos entre los votantes latinos y afroamericanos, aunque Harris lo haría mejor entre los votantes blancos. De este modo, y atendiendo a los Estados que están en baile, los «swing states», no encontré analista alguno que apostará por un resultado claro, e incluso los Estados que previsiblemente votarían republicano podrían virar ahora hacia Harris, si bien el mercado de apuestas sigue liderado por Donald Trump. En fin, la incertidumbre es máxima, aunque creí percibir una preocupación de fondo sobre la mejoría de Donald Trump y un cierto estancamiento de Kamala Harris en estos últimos días de campaña.

En segundo lugar, sea como fuese el resultado electoral, mis interlocutores se situaban ante tres escenarios tras los comicios. Una primera opción pasaría por una victoria de Kamala Harris, que tendría que convivir con un Congreso dividido, de modo que se impondría una cierta continuidad respecto de la administración Biden con poco espacio para las sorpresas. Ahora bien, si la distancia con Trump fuera muy reducida, el país podría vivir momentos serios de inestabilidad política e incluso violencia, similares a los vividos en enero de 2021 frente al Capitolio. En previsión de tal escenario, la Casa Blanca se encontraba ya protegida con vallas, y se anunciaba una presión policial que podría escalar hasta la toma de posesión de Kamala Harris.

«En mi visita a EEUU, todos los analistas asumían que, de ganar Trump, esta vez sí daría rienda suelta a todos sus compromisos, como aranceles a productos extranjeros, deportaciones masivas
y despido de empleados federales»

Una segunda opción pasaría por una victoria de Trump que abriera paso a una legislatura similar a su primer mandato. En ese caso, las consecuencias económicas serían de un calibre menor, aunque el control de la administración por parte de Trump y del propio Partido Republicano serían muy notables. Asistiríamos a una mayor belicosidad pública, junto a una retirada de la presencia de Estados Unidos de conflictos como la guerra que vivimos en Ucrania, mientras se intensificaría la tensión con China. En todo caso, esta opción, en la que Trump pudiera estar más contenido resultaría muy improbable. O dicho de otro modo, el tercer escenario, sujeto a un victoria de Trump, pasaría por el cumplimiento de la mayor parte de sus promesas electorales. Y aquí es donde está el riesgo cierto de inestabilidad financiera, económica, social, y política.

Todos los analistas, sin excepción, republicanos, demócratas o independientes, asumían que esta vez sí, Trump daría rienda suelta a sus compromisos electorales en caso de victoria. Entre ellos, Trump ha anunciado la fijación de aranceles del 10-20 por ciento para todas las importaciones, excepto para las chinas que sufrirían un arancel del 60 por ciento. A su vez, se espera una deportación masiva de personas no documentadas en Estados Unidos que podría superar los 20 millones de personas. Ambas medidas, que mayormente podría tramitarlas sin concurso del Congreso, supondrían un impacto brutal sobre la economía mundial, deprimiendo el comercio internacional hasta la mitad de los niveles actuales, y elevando los problemas de mano de obra en la economía americana, que junto a las promesas de rebajas fiscales generalizadas podrían elevar su deuda pública hasta el 150 por ciento del PIB. Todo ello supondría introducir la economía americana en una recesión, culpando a los «enemigos internos» de tal escenario. Aquí va la otra gran amenaza: el despido de masivo de empleados federales, sustituidos por leales a Trump, haciendo buena la limpia que desarrolló en su primer mandato en el Tribunal Supremo. Además, algunos medios de comunicación comienzan a internalizar vergonzosamente los riesgos de un líder autoritario en la Casa Blanca, y han comenzado a evitar compromisos públicos como en «The Washington Post» y «Los Angeles Times». El «macartismo» sería una broma frente a la ola de terror político que se anuncia. Así pues, este escenario, al que los analistas le dan una probabilidad cierta, en el supuesto caso de una victoria de Trump supondría un antes y un después en el país más influyente del mundo. Un escenario que supondría, sin hipérbole alguna, un auténtico shock para todas las democracias, más allá del impacto económico y social esperado.

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