Pasa el otoño en Bruselas

Avanza el otoño y menguan los días. El mes de noviembre es, sin duda, el más duro del año en Bruselas. El cambio de hora de finales de octubre anuncia lo tiene que venir, y en noviembre pasamos ya casi todo el día a oscuras. Además, en estos tiempos de guerra y ahorro energético, el Parlamento ha reducido sustancialmente la luz en los pasillos de la casa, y ante la poca claridad que entra por las ventanas, a veces hasta tropiezas con algún colega, asesor o funcionario en alguno de los corredores más angostos. La calefacción está también racionada. De jueves tarde a lunes no está operativa, y la manta en el despacho ya es algo obligado especialmente al inicio de cada semana, cuando el edificio está literalmente helado. Es verdad que el cambio climático también se nota en Bruselas, y la primera quincena de este noviembre fue -al igual que en Asturias- atípicamente templada.  Pero los vientos polares han comenzado ya atizar a la capital de la Unión, ahora que las primeras nieves comienzan a caer también sobre nuestra región.

Noviembre es, en todo caso, largo, oscuro y frío. Se ve aún lejano el solsticio de invierno del hemisferio norte, momento en el que celebramos la victoria del Sol frente la oscuridad, amén de las festividades navideñas en toda Europa, y el cambio de año. Pero el número once es un mes casi sin esperanza.

Cuando comenzaron mis andaduras por Bruselas, un viejo del lugar, funcionario con larga experiencia en la Unión, me dijo: “noviembre es el mes con más suicidios en Bélgica. Si lo superas, el resto del año puede ser maravilloso”. Pretendía animarme en mi primer otoño en esta extraña ciudad policéntrica, pero lo cierto es que sus palabras -pronunciadas cuando apenas empezaba aquel octubre- cayeron como un mazazo.

Diciembre es ya un mes más animado en esta urbe a caballo entre Valonia y Flandes. La Navidad llena la ciudad de luces, puestos y atracciones. El gran árbol de la Grand-Place o la noria en Sainte Catherine son citas obligadas en esos primeros fines de semana del último mes del año. El vino caliente o las cervezas de “Noël”, de comercialización exclusiva en esas fechas, son también parte de la idiosincrasia de esta época en Bruselas, aunque debo reconocer que ninguna de esas bebidas -con un sabor demasiado dulzón y afrutado- es en realidad de mi agrado. En todo caso, el descanso navideño se araña con los dedos y las jornadas pasan ya rápidas hasta final de año.

Enero compite con noviembre en el ranking de los peores meses del año. Pero el recuerdo de la Navidad y mi propio cumpleaños lo modulan. Y ya en febrero, cuando se concentran las nieves, mucho más a mi llegada a Bruselas que en los años más recientes, la luz comienza reclamar su protagonismo. El frío, las calles blancas y algo más de sol por la ciudad siguen siendo muy bienvenidos.

En fin, apenas quedan unos días para despedir noviembre. Parece que resisto. Así que cabe pensar que, tal y como aseguraba mi compañero, el resto del año será maravilloso. El horror de la guerra continúa; la inflación, que sigue muy alta, parece moderarse; y las previsiones de subidas de tipos de interés se suavizan. Quedan meses malos por delante, pero, a pesar de los pesares, parece que el invierno que aguarda no será tan negro como se perfilaba a la vuelta del verano. Con todo, son muchas las necesidades urgentes que cubrir e ingente el trabajo pendiente para ayudar a quienes peor lo están pasando. Adelante

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