21 May Una idea de Asturias en el día de Europa
Artículo publicado en La Nueva España el 9 de mayo de 2024.
La pasada semana celebramos el Día de les Lletres Asturianes, que ha dado lugar a un renovado debate sobre la oficialidá, y a finales de este mes, ya en el inicio de la campaña electoral para los comicios europeos, revisitaremos el 25 de mayo de 1808 la declaración de guerra a Napoleón y la asunción de la soberanía asturiana en manos de la Junta Suprema. Estamos, pues, ante un mes marcado no sólo por las festividades agrícolas y ganaderas, desde San Isidro a la Ascensión, sino también por las raíces y el desarrollo de la idea de Asturias, un camino que debe hallar un marco propio para reencontrarse con Europa.
El pasado año vio la luz el libro de David Guardado «Nunca vencida. Una historia de la idea de Asturias» (La Fabriquina, 2023), que leí con interés y atención estas últimas Navidades. En primer lugar, el libro muestra una sabiduría enciclopédica sobre la historia de «nuestra patria querida» y presenta los distintos prismas del encaje de Asturias en el conjunto de España. Cabe, pues, felicitar al autor por un trabajo minucioso y detallista, que reabre la discusión sobre la identidad de nuestra comunidad. En este sentido, el libro se pregunta si el nacimiento del Reino de Asturias allá por el siglo VIII debe ser analizado como la creación de un modelo político de nuevo cuño, o si bien representó el primer eslabón en la recuperación del antiguo reino visigodo en un proceso teleológico de (re)construcción de España. Y la respuesta es clara: la idea de la Reconquista es muy posterior a Pelayo y a Alfonso II, y surge como elemento legitimador de las ambiciones territoriales de los reinos cristianos en los siglos siguientes. Ahora bien, parece difícil justificar también que la declaración de soberanía en 1808 respondiera a algún tipo de ambición nacionalista, al igual que el Consejo Soberano de Asturias y León, presidido por el socialista Belarmino Tomás, no presenta tampoco vertiente alguna independentista, cuya creación se explica por el devenir de la Guerra Civil, aunque tal accidente histórico despertara la imaginación de Nicolas Bardio para escribir «La Colomina» (Trabe, 2020). Pero eso sí, tales eventos y muchos otros, mantienen a lo largo de la historia el sentimiento de pertenencia a una comunidad, Asturias, es decir la propia existencia de nuestra región, más allá de otras lealtades con el conjunto de España.
David Guardado, en todo caso, enclava la difuminación de la idea de Asturias especialmente a lo largo el siglo XIX. Décadas antes, tras la llegada de los Borbones a España en el siglo XVIII, se inicia un proceso de centralización administrativa que replica el modelo impuesto en Francia, pero, después, con la caída del Antiguo Régimen y el inicio del Estado, más o menos liberal, pero no democrático, los aires centralistas y la construcción de la nación española acaban por borrar del mapa hasta el nombre oficial de Asturias.
Los nacionalismos que emergen en Europa en ese siglo XIX dan lugar a naciones refundadas por aglomeración como en Alemania o en Italia, o por intentos de supresión de las singularidades regionales en otros países como España, o casi definitivos como en Francia. Y ahí se acabó de gestar la teoría de la «gran renuncia», defendida en su día por Xuan Xosé Sánchez Vicente, y recuperada ahora por el propio Guardado.
Ahora bien, en todo ese periodo que podría acabar en la quintaesencia centralista del franquismo, pervive en Asturias una sensibilidad asturianista que gana protagonismo en los periodos democráticos, cercano siempre a las ideas federalistas, y ya en el siglo XX en los entornos ácratas, pero casi siempre opacados por la batalla ideológica entre liberales y conservadores, ambos comprometidos en la construcción nacional española.
De este modo, Guardado repasa de manera magistral la historia de nuestra Asturias, siguiendo el hilo de ese asturianismo cultural y político, casi siempre ensombrecido por proyectos españoles, ya sean tradicionalistas o reformadores, y que busca un espacio entre los entornos republicanos y federalistas hasta casi el presente. El repaso de Guardado ofrece también unas bases históricas para una recomposición del propio asturianismo, el cual la Federación Socialista Asturiana liderada por Adrián Barbón intenta recuperar con una vocación de mayorías. Y quizá en esa aventura, merecería la pena encontrar un amplio espacio propio de desarrollo en Europa.
Si la interpretación tradicionalista de la monarquía asturiana como heredera del mundo visigodo comprometida con la Reconquista no pasa de la leyenda, lo cierto es que Alfonso II busca su espacio en la Europa carolingia del momento. Las relaciones diplomáticas, culturales y religiosas, entrelazadas también por el mito de Santiago y la ruta jacobea abren la puerta desde el inicio a una Asturias europea. Cabe citar los ancestros celtas y, por supuesto, la romanización con la que nace nuestras lenguas romances. El mar Cantábrico y el Océano Atlántico se entrecruzan con Roma en Asturias.
Pero si Asturias ya era Europa entonces, saltando sobre los siglos, en 1808 la Junta Suprema declara la guerra al «tirano de Europa», a Napoleón, quien estaba ocupando por las armas nuestro espacio político, más allá de las fronteras estatales, es decir, Europa. La misma Europa del presente. Y de ahí a la industrialización asturiana, hecho diferencial evidente, alentada y financiada en un principio desde Bélgica y su primera mina en Arnao. Industrialización que habría de unir el destino de Asturias a las regiones carboneras francesas o belgas, de donde se replica el nacimiento del movimiento obrero y la acción sindical dando lugar al siglo XX.
Y así llegamos hasta nuestros días, a un 2024 en el que celebramos casi cuatro décadas de pertenencia a la Unión Europea y tras los cuales, si bien percibo una mayor presencia del debate comunitario en España, aún considero que nuestro vínculo con esta comunidad política europea puede fortalecerse. Es más, se trata no tanto de que exista un espacio público europeo y otro asturiano, sino de interiorizar que ambos se encuentran integrados, especialmente si consideramos que nueve de cada diez leyes que afectan a diario a nuestras vidas se deciden en las instituciones democráticas europeas.
Por ello, invito desde aquí a reelaborar un asturianismo de nuevo cuño que entienda el espacio de maniobra infinito que le ofrece la arena política europea, que más allá de fondos y subvenciones, elabora el grueso de las normas y leyes que ordenan nuestra convivencia.
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