Por lo tanto, y excluyendo la opción de apearnos de la globalización, la izquierda de gobierno debe reconstruir instituciones con capacidad ejecutiva, recuperar la acción colectiva, la soberanía efectiva. Y la palanca para ello sólo puede ser la Unión Europea. Sin embargo, muchos partidos socialistas siguen operando casi exclusivamente sobre las opiniones públicas nacionales.
Al norte, los socialdemócratas han reorientado su política tributaria hacia el consumo, redistribuyendo vía gasto, y han construido unos mercados flexibles y abiertos al exterior, con una reducida intervención. En el debate europeo se muestran reacios a mancomunar riesgos, participando en seguros comunes, por ejemplo, de desempleo, y observan con distancia la construcción de un pilar social, que podría estar por debajo de sus propios parámetros nacionales.
Al este, los socialistas desean integrarse de manera efectiva en el mercado único y construir sus propios modelos de bienestar, pero se muestran reacios al diseño de un pilar social robusto a escala europea. La productividad de sus economías no les permite aún disponer de estándares laborales, sanitarios o medioambientales al nivel de los países más desarrollados y la centralización de políticas sociales es interpretada como una posible amenaza a su propio desarrollo.
Al sur, disponemos de Estados de Bienestar desarrollados, aunque en menor medida que en el norte, y políticas de intervención en los mercados más intensas, no siempre progresistas. Estamos en una posición complicada porque nuestras economías no son suficientemente flexibles y nuestros sistemas fiscales son menos redistributivos, y con importantes bolsas de fraude. Somos, quizá, los que más necesitamos esa nueva Administración Pública Europea.
Estos enfoques nacionales dificultan la construcción de una propuesta económica para Europa, única opción para ganar autonomía política. Estamos, pues, en un bucle donde las urgencias nacionales de los distintos Estados dificultan el despliegue de una estrategia europea y ello impide implementar políticas económicas alternativas cuando se alcanza el poder porque no hay instituciones adecuadas para ello. La ciudadanía se decepciona, se pierde el gobierno y a veces, en algunos casos, los partidos socialistas inician un camino de introspección que les conduce a la melancolía y a la resistencia.
La salida de este círculo vicioso pasa por situar Europa en el centro de operaciones de la izquierda, para reconstruir los instrumentos de intervención y reivindicar la idea de progreso. Y hacerlo siendo conscientes de los distintos planos del debate comunitario, diferenciando el proceso constituyente permanente (que exige consensos) y las áreas de discusión ideológica, que necesita de mayorías. Por ejemplo, una ligera mejora de la influencia de los socialistas europeos en esta legislatura ha abierto ya espacio de maniobra al gobierno portugués.
En mayo de 2019 se celebrarán elecciones europeas y para entonces los socialistas deberíamos haber resuelto gran parte de este conundrum con un manifiesto común y una candidatura a la presidencia de la Comisión. El PSOE ya está trabajando no sólo para ofrecer una propuesta electoral con visión europeísta, sino también porque en ella está la respuesta a la crisis de la socialdemocracia. La izquierda necesita de la Unión para cumplir con su promesa, y el continente necesita de nosotros para seguir blandiendo los valores europeos.