17 Mar Con los refugiados
(Artículo publicado en La Nueva España– 17/3/2016)
Mientras usted lee estas líneas, los jefes de los gobiernos nacionales de los Estados de la Unión Europea están decidiendo cómo enfrentarse a la puesta en marcha de una política común de refugiados. Es importante que cuando se habla de Europa, localicemos claramente quién toma las decisiones y cuáles son las instituciones de control. Y en este asunto, los decisores son los gobiernos de los 28 países, sujetos al control de sus parlamentos nacionales. Sin duda, es un error que esto dependa de los países, inmersos en muchos casos en una espiral nacionalista de sus propios electorados, querámoslo o no, que está conduciendo al conjunto de la Unión por una senda muy peligrosa.
Por ello, debemos decir alto y claro que el principio de acuerdo de la semana pasada para las devoluciones colectivas de inmigrantes susceptibles de solicitar asilo es, no sólo ilegal, sino también inmoral. Por lo tanto, con independencia de que en muchos países una parte no menor de sus ciudadanos haya asumido un discurso anti-inmigración, los europeos de buena voluntad no debemos tolerar ese tipo de decisiones. Y debemos también clarificar que cuando se afirma que «Europa» toma medidas ilegales contra los inmigrantes, en realidad lo hacen los gobiernos nacionales y, por ende, no podemos dejarnos llevar a su vez por esa misma vorágine nacionalista, porque sólo en Europa, a través de las instituciones plenamente europeístas, seríamos capaces de construir una respuesta solidaria y estable.
El pasado mes de septiembre visité la frontera serbo-húngara cuando la tensión se encontraba en aquellos lares. Para entonces, la Comisión ya había propuesto en primavera un sistema europeo de acogida a refugiados que fue rechazado por los gobiernos nacionales. Tuvimos que esperar a octubre, después de la muerte del niño Aylan en las costas griegas, para convencer a los países para adoptar algún tipo de sistema europeo de gestión de fronteras. Sin embargo, si en esa ocasión los gobiernos aceptaron, aunque con un acuerdo que diluía la propuesta de la Comisión Europea respaldada a su vez por el Parlamento Europeo, muchos países han bloqueado tal iniciativa, algunos directa y activamente, como Hungría, y otros de modo pasivo y por inacción, como España, acogiendo a algo menos de 20 refugiados.
La cuestión es que ahora estamos, como no podía ser de otra manera, peor que hace un año. Europa se encuentra desnortada, pilotada en esta área por los gobiernos nacionales, dando muestras de un egoísmo sin precedentes y con millones de sirios a nuestras puertas, o ya sobre nuestro territorio, pidiendo un espacio donde poder vivir con seguridad. Las imágenes de estos días de Grecia y Macedonia me recuerdan a las que pude ver en Serbia y en Hungría, pero aún peores, en pleno invierno y con miles de niños a la intemperie. Es insoportable.
Hablaré claro. Europa puede y debe acoger a todos los ciudadanos sirios que huyen de una guerra que dura ya cinco años. No hay disculpa. La Europa geográfica debe encontrarse con la Europa ciudadana y política y, sobre todo, con sus valores fundamentales.
También hay que parar la guerra en Siria, pero no podemos esperar a esa paz, discutida en otros foros internacionales, para la acogida inmediata, con la creación de corredores humanitarios para quienes huyen de la barbarie. Y debemos crear un mecanismo común de gestión de fronteras que ordene a su vez la inmigración económica, que debe contar con un sistema claro, transparente y predecible. Es muy simple si existe voluntad.
Hace unas semanas me reunía en Bruselas con el Padre Ángel, que estaba aquí para sensibilizar a las instituciones europeas ante el drama de los refugiados. La situación ya era agónica y sólo ha hecho que empeorar. Parece que la presión en España no ha logrado la celebración de un debate en el Congreso para condicionar la posición del gobierno. Pero, al menos, en las últimas horas, Margallo ha realizado alguna declaración que contesta al preacuerdo que Rajoy acordó la pasada semana en la cumbre con Turquía.
Me atrevo, pues, a solicitarte, querido lector, que no decaigas y redobles la presión sobre nuestro gobierno para romper ese pre-acuerdo que rompe con los principios y valores sobre los que se asienta nuestra Unión. Y te invito también a que la desesperanza con algunas decisiones que se toman físicamente en Bruselas no te conduzca a descreer del proyecto europeísta, porque eso es lo que desean quienes alimentan desde algunas capitales, el fantasma nacionalista.
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