Y Europa, ¿qué opina de esto?

El pasado 14 de octubre, días después de los atentados terroristas de Hamas en territorio israelí, que congregaron una indignación universal, e iniciado ya el contraataque del ejército de Israel sobre Gaza, con inusitada desproporción, un amigo me escribía un Whasapp: “Europa lo tiene claro, y es contundente. Tema muy delicado, y no estoy seguro que los europeos piensen lo mismo”.

Hacía referencia mi amigo a la visita de la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, y la del Parlamento, Roberta Metsola, a Israel, donde mostraron un apoyo sin matices al gobierno de Netanyahu, mientras el comisario de gestión de Crisis y Ayuda Humanitaria, el húngaro Janez Lenarcic, anunciaba una supuesta cancelación, que nunca existió, de las ayudas europeas a la Autoridad Palestina. Sin duda, toda esa demostración de fuerza y de respaldo universal a Israel fueron, cuando menos, una imprudencia sino algo peor, que deja muy tocada la acción exterior de la Unión, que el Alto Representante Josep Borrell y la propia presidencia española del Consejo de la UE, así como el Parlamento están intentando corregir.

No me detendré en las raíces históricas, ni tan siquiera en lo abominable del ataque terrorista, ni en la desproporción de la respuesta fuera de toda la regulación internacional. Todo ello es evidente. Quiero centrarme, primero, en la manera en la que nos relacionamos como ciudadanos con la Unión Europea.

Pues bien, en el ámbito de la política local, regional o nacional, nunca mezclamos nuestra valoración del gobierno de turno con nuestra cercanía emocional o sentido de pertenencia con nuestro municipio, nuestra comunidad autónoma, o nuestro país. Es más, que compartamos o no las decisiones de un responsable público no hace cuestionarnos si la existencia de nuestro ayuntamiento, del gobierno autonómico o del nacional merecen la pena. Sin embargo, esto no ocurre cuando nos relaciones con las instituciones europeas.

Basta una opinión política de la presidenta de la Comisión Europea que no se alinee con nuestros propósitos para albergar la duda sobre la propia existencia de la Unión y su futuro. Tal parece que las políticas comunitarias deben estar siempre en línea con nuestras opiniones para poner en valorar los activos de nuestra identidad europea. Y esto es absolutamente imposible. Aún más en una democracia, donde el debate y la crítica pública son el corazón mismo del sistema.

No logramos situar nuestras disidencias de las opiniones de la Comisión, del Consejo o del Parlamento en el ámbito estricto del debate político, y no de la discusión sobre las virtudes o pecados de las propias instituciones europeas. Además, ‘Europa’ no tiene opinión de nada, como tampoco la tiene ’Asturias’ o ’España’. Son sus gobiernos y sus parlamentos quienes adoptan unas u otras políticas, y si no nos gustan, siempre podemos votar a otros, sin necesidad de entrar a criticar a la Unión. Tratemos a la Unión como lo hacemos con nuestro propio país, separando perfectamente nuestra valoración sobre los actos de unos u otros políticos del debate existencial sobra la Unión.

Frente a las opiniones expresadas por Ursula von der Leyen, como decía, el Alto Representante ha mantenido una posición central y firme, condenando los atentados y reprobando una respuesta israelí más allá de las convenciones internacionales. El Parlamento solicitaba la semana pasada, por amplia mayoría, una tregua humanitaria, que ha encontrado eco en la presidencia española del Consejo y en el propio Alto Representante, que están intentando ambos convencer al conjunto de las cancillerías en tal misión.

Es vital, por otra parte, no sólo cauterizar la actual herida abierta tras los atentados, sino encontrar una solución de fondo en base a la coexistencia de dos estados y, sobre todo, evitar una expansión territorial del conflicto, con Hizbula al norte, Irán al este e incluso Yemen al sur. Y tomemos buena nota también del tablero geopolítico en el que nos movemos, siguiendo la pista de las actividades de Rusia, China o Turquía. Atentos.

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